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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Sentíase capaz de pelear con todo el público por defender a un torero amigo, y alteraba las ovaciones con extemporáneas protestas cuando aquéllas iban dirigidas a un lidiador que no merecía su afecto. Había sido oficial de caballería, más por afición a los caballos que a la guerra.

Déjame que te bese el mordisco, para curártelo. Déjame que te bese todas esas cicatrices tan monas. ¡Pobre de mi brutito, que le han hecho pupa! Y la hermosa furia volvíase humilde y tierna, arrullando al torero con gestos de gata. Gallardo, que entendía el amor a la antigua usanza, con intimidades iguales a las de la vida matrimonial, jamás consiguió pasar una noche entera en casa de doña Sol.

Con su permiso dijo al espada voy a la cuadra a ver cómo han tratao a la jaca... ¿Vienes, camará?... Verás cosa güena. Y Potaje, aceptando la invitación, salió con él de la cocina. Al quedar solos el torero y la dama, aquél mostró su mal humor. ¿Por qué había bajado? Era una temeridad mostrarse a un hombre como aquel; un bandido cuyo nombre era el espanto de las gentes.

Además, la bravura de los toros y la gran mortandad de caballos había puesto al público de buen humor. Marchó Gallardo hacia la fiera, descubierta la cabeza luego del brindis, con la muleta por delante y moviendo la espada como un bastón. Detrás de él, aunque a una distancia prudente, iban el Nacional y otro torero.

Muchas mujeres, en horas de confianza, le habían revelado la emoción, la curiosidad y el deseo que sintieron al verle por vez primera en el redondel. La mirada de doña Sol no se bajó al encontrarse con la del torero; antes bien, permaneció fija, con una frialdad de gran señora, obligando al matador, respetuoso con los ricos, a desviar la suya.

La asistenta se ha puesto mala, y he llamao a esa infeliz, que está cargá de hijos. El torero mostrábase inquieto, con una expresión en la mirada de zozobra y de miedo. ¡Maldita sea! ¡Toros en Sevilla, y para colmo, la primera persona que se echaba a la cara... una tuerta! Vamos, hombre, que lo que le pasaba a él no le ocurría a nadie.

Luego, la esposa de Gallardo se revolvía furiosa contra el público en sus cartas. Una muchedumbre de ingratos, que ya no se acordaban de lo que el torero había hecho en otras ocasiones, cuando se sentía más fuerte. Gentes de mala alma, que deseaban para su diversión verle muerto, como si ella no existiese, como si no tuviera madre. «Juan, la mamita y yo te lo pedimos.

¿Qué se había de ir a aquellas tierras, donde no se ve el sol sino por entre cortinas y donde se duerme la gente en pie? dijo el torero. Pepe, no eres capaz de hacer lo que dices. ¡Sería una infamia! Sabes que lo que le gusta en es la voz, no mi persona. En cuanto a , bien sabes... ¡Lo que yo dijo Pepe Vera es que me tienes miedo!, ¡y haces bien, por vida mía!

Mi opinión es que, como gracias a los progresos de la igualdad y fraternidad los chocantes aires aristocráticos se van extinguiendo, en breve no se hallarán en España, sino en las gentes del pueblo. ¡Creer que ese hombre es un torero! dijo el artista con tal sonrisa de desdén que el otro se levantó picado, y exclamó: Pronto sabré quién es: venid conmigo, y exploraremos a su criado.

También iba Potaje, que es persona de arguna edá y de respeto, aunque sea un bruto. Nunca se ríe. La madre del torero se indignó con esta excusa. ¡Potaje! Un mal hombre, que Juaniyo no debía yevar en su cuadrilla si tuviese vergüensa. No me hables de ese borracho, que le pega a su mujer y tiene muertos de hambre a los chicos. Güeno: fuera Potaje... Digo que vi aqueya señorona, ¿y qué iba a hasé?

Palabra del Dia

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