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Actualizado: 22 de junio de 2025


Ponía los ojos tiernos a todos los hombres; ella, tan áspera e imperiosa con las mujeres, sonreía a cuantos solteros vivían en las Claverías. El Tato era gran amigo suyo; le buscaba cuando su tío estaba ausente, riendo sus gracias de aprendiz de torero.

Al entrar en la habitación del torero, éste, que parecía sumido en el limbo de su debilidad, abrió los ojos y le reconoció, animándose con una sonrisa de confianza. Ruiz, luego de escuchar en un rincón los susurros de los médicos que habían hecho la primera cura, se aproximó al enfermo con aire resuelto. ¡Animo, buen mozo, que de ésta no acabas! ¡Tienes una suerte!...

Sin embargo, cuando salió a la plaza el quinto toro, lo primero que encontró fue el capote de Gallardo. ¡Qué animal! Parecía distinto al que él había escogido en los corrales la tarde anterior. Seguramente habían cambiado el orden en la suelta de los toros. El temor seguía cantando en los oídos del torero: «¡Mala pata!... Me coge; hoy salgo del reondel con los pies pa alante...»

Y no es extraño añadía la señora , porque usted también, Fabrice, tiene tipo español... ¿Está usted seguro de no serlo?... Recuerdo haber visto en San Sebastián, hace dos o tres años, un torero que tenía con usted extraordinario parecido. Eso es muy lisonjero para , señora, pero crea usted firmemente que mi único parentesco con aquel diestro, es la común descendencia de Adán.

Había estao güeno. Pero el torero no contestaba a estas exclamaciones de entusiasmo. Se llevó las manos al vientre, agachándose en una curvatura dolorosa, y comenzó a andar con paso vacilante y la cabeza baja. Por dos veces la levantó, mirando a la puerta de salida como si temiese no encontrarla, perdido en temblorosos zigzags, cual si estuviese ebrio.

Pero lo más lindo era una chaquetilla de felpa roja, tan raída como bien ajustada, sobre la cual liaba Angustias una faja hecha de dos o tres cintas de colores perfectamente cosidas, con lo que el muchacho parecía un sol, más que un príncipe, algo de sobrenatural en belleza y gallardía, como un Niño Jesús vestido de torero.

Todos ellos sonreían satisfechos de la caricia de popularidad que les alcanzaba yendo al lado del torero. En la puerta de la casa hubo durante el día reparto de limosnas. Llegaron pobres hasta de los pueblos, atraídos por la fama de esta boda estrepitosa. En el patio hubo gran comilona. Algunos fotógrafos sacaron instantáneas para los periódicos de Madrid.

Así seguía don José explicando a su matador las originalidades de doña Sol. Cuatro días después de haberla visto Gallardo en la parroquia de San Lorenzo, el apoderado se acercó al espada con cierto misterio en un café de la calle de las Sierpes. Gachó, eres el niño de la suerte lisa. ¿Sabes quién me ha hablado de ti? Y aproximando su boca a una oreja del torero, exclamó sordamente: ¡Doña Sol!

Era un pañuelo de la dama, el mismo que llevaba en la mano, oloroso y diminuto rectángulo de batista y blondas, metido en una sortija de brillantes que regalaba al torero a cambio de su brindis.

Gallardo sonreía modestamente, bajando los ojos, pero al mismo tiempo contoneaba su esbelta persona, como si no considerase difícil ni extraordinaria la hipótesis de su apoderado. Pero no hay que hacerse ilusiones, Juanillo continuó éste . Doña Sol quiere ver de cerca a un torero, con el mismo interés que toma las lecciones del maestro Luchuzo.

Palabra del Dia

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