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Actualizado: 22 de julio de 2025


Estaba en playas elegantes, cuyos nombres oía por primera vez el torero, siendo para él de imposible pronunciación; luego se enteró de que viajaba por Inglaterra; después, que había pasado a Alemania para oír unas óperas cantadas en un teatro maravilloso que sólo abría sus puertas unas cuantas semanas en el año. Gallardo desconfiaba de verla.

En el circo ninguno es indiferente, y los partidos se multiplican hasta la extravagancia, Cada cual tiene su espada, su picador, su torero y su toro predilecto. Los propósitos, los dichos, los epigramas y las interjecciones gordas se cruzan; las miradas son fulminantes, los gestos y movimientos dan la idea de la fiebre unida á la rabia.

Cuando don José comenzó a titular a su matador «el torero de la aristocracia», sintió Gallardo la necesidad de corresponder a esta distinción instruyéndose, para que sus poderosos amigos no rieran de su ignorancia, como les ocurría con otros compañeros de profesión. Un día entró en una librería con aire resuelto. Envíeme usté tres mil pesetas de libros.

Y el simple Vara de palo hizo un gesto escandalizándose de sus palabras. Después continuó: Este señorito, aquí donde lo ves, no está contento con su estado, y eso que, siendo casi un mocoso, ocupa el cargo que su pobre padre no pudo conseguir hasta los treinta años. Quiere ser torero, y hasta un domingo se atrevió a salir en una novillada en la plaza de Toledo. Su madre bajó desmelenada como una Magdalena a contármelo todo, y yo, pensando que su padre había muerto y me correspondía hacer sus veces, aguardé al señor cuando volvía de la plaza echándolas de guapo, y lo arreé desde la escalera de la torre hasta su habitación con la misma vara de palo que me sirve en la catedral.

Hablaban de al espada con protectora familiaridad, y éste les respondía anteponiendo el don a sus nombres, con la tradicional separación de clases que existe aún entre el torero, surgido del subsuelo social, y sus admiradores. El entusiasmo de aquellas gentes iba unido a remotas memorias, para hacer sentir al joven diestro la superioridad de los años y de la experiencia.

Y el elegante torero, con su esbelta gentileza, suelta la capa sobre el hombro, avanzó hasta el altar, doblando una rodilla con elegancia teatral, reflejándose las luces en el blanco de sus ojos gitanescos, echando atrás la figura recogida, graciosa y ágil.

Y los públicos, impresionados por estas noticias, fijaban sus ojos en el torero apenas salía a la plaza, con una predisposición a encontrar malo todo cuanto hiciese, así como antes le aplaudían hasta en sus defectos. La veleidad característica de las muchedumbres ayudaba a este cambio de opinión.

El torero ese artista de la muerte es donde quiera elegante, bello, magnífico en su clase. El actor, con raras excepciones, es plebeyo, bufon con brutalidad, y no sabe interpretar las nobles inspiraciones del poeta. El francesismo exagerado no produce en España sino caricaturas.

En un buen torero es casi indispensable condición cierta proporcionada harmonía de los miembros, cierta vigorosa y elegante esbeltez, mientras que un jockey, por ejemplo, puede ser feo como un mico, patizambo, y giboso y hasta conviene que sea ruin y desmedrado a fin de que no pese mucho.

Ya ve: un torero es... un torero, y no va a viví como un fraile de la Mersé. Me han dicho que vas con mujeres malas. ¡Mentira!... Eso era en otros tiempos, cuando no te conosía... ¡Hombre! ¡Mardita sea! Quisiera yo conosé al hijo de cabra que te yeva esos soplos... ¿Y cuándo nos casamos? continuaba ella, cortando con esta pregunta la indignación del novio.

Palabra del Dia

dubenic

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