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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Por poco tumba a un ciego, y le volcó a una mujer la cesta de los cacahuetes y piñones. Atravesó la Ronda, el Mundo Nuevo y entró en la calle de Mira el Río baja, cuya cuesta se echó a pechos sin tomar aliento. Iba desatinado, gesticulando, los ojos fulminantes, el labio inferior muy echado para fuera.

Y le soltó una coz tan terrible, tan certera, que desde Pamperigouste se vio el humo, una humareda de polvo rubio en la que revoloteó una pluma de ibis... ¡Eso fue todo lo que quedó del infortunado Tistet Védène!... Pocas veces son las coces de mula tan fulminantes. Pero aquélla era una mula papal.

Cerca de la proa se produjo una columna de humo, de gases en expansión, de vapores amarillentos y fulminantes, subiendo por su centro en forma de abanico un chorro de objetos negros, maderas rotas, pedazos de plancha metálica, cuerdas inflamadas que se disolvían en ceniza. Ulises ya no dudó. Acababan de recibir un torpedazo. Su mirada ansiosa se esparcía sobre las aguas.

Los tendrían escondidos ó quizás para más seguridad los habrían enterrado, pensaba el nuevo jefe de artillería. Al fin se le acercó Saborié, diciéndole: "Ahí tiene usted cuatro cajas de dinamita y una de fulminantes y mechas. Para cuidarlas tiene 20 hombres, y para su transporte cinco caballos. Hasta luego, coronel". Ferreiro se estremeció.

Encendido en rabia, marcha en contra mía como pirámide ambulante, y reconociéndome por un mortal, furioso y despechado hiere el suelo con su planta, y trastorna la mitad de la Arabia. Me asalta y prende como el sacre a la paloma: con sus alas fulminantes me azota y me maltrata, me abrasa con su aliento de ascua, me lanza en el aire y me rechaza al suelo.

Volvió los ojos: era Alicia, pero con un gesto ávido, con una expresión atrevida é implorante á la vez. ¿Tienes dinero?... Este rostro, esta voz, no eran nuevos para Miguel. Antes de la guerra, el Casino había sido el lugar de sus victorias más fulminantes é inesperadas.

Finalmente, atacaría á la orgullosa Inglaterra, aislándola en su archipiélago, para que no estorbase más con su preponderancia el progreso germánico. Esta serie de rápidos golpes y victorias fulminantes sólo necesitaban para desarrollarse el curso de un verano. La caída de las hojas saludaría en el próximo otoño el triunfo definitivo de Alemania.

Pero al ponerle una de las veces la mano en la cara observó, con sorpresa, que la humedad que le mojó los dedos era caliente. Comunicada esta observación con su antagonista, y como quiera que ya habían llegado a las primeras casas de la ciudad, metieron a la niña en un portal, encendió el barón un fósforo y la reconocieron. Tenía todo el rostro bañado de sangre, que manaba de algunos profundos arañazos, las manos cubiertas de cardenales. Los dos héroes se miraron aterrados, y la misma ola de indignación encendió sus mejillas. El barón dejó escapar una serie de imprecaciones fulminantes.

Oh, no, lo que es a ella no la mataría, ni con puñal, ni con bala, ni con palabras fulminantes...». ¿Quién estaba ahí? preguntó Ana tranquila. El Magistral respondió don Víctor, que suponía a su mujer enterada de lo mismo que preguntaba. Ana se turbó. ¿A qué venía... a estas horas? preguntó disimulando sus temores. ¿A qué?

Á pesar, pues, de lo entusiasmado que iba á abrazar á D. Fadrique, el instinto le indujo á que mecánicamente volviera la cara hacia Doña Blanca antes de llegarse á dar el abrazo. Indescriptible es lo que vió entonces en los fulminantes ojos de su mujer. Casi no se puede describir el efecto que le produjo aquella mirada.

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