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Procuraba rozarse con él todo lo menos posible, por respeto a su amable persona, a quien cuidaba y quería con pasión. Sano, esbelto y vigoroso como un sollo de río, estaba convencido de que aquella gentuza era una especie de morralla creada por la Providencia expresamente para nutrir a los señores sollos.

Además, ¿por qué se había de interpretar torcidamente las entradas y salidas del niño? El tenía sus negocios en la Bolsa, sus estudios en la Facultad... Que coma fuera, si eso le agrada añadía don Pablo, a me gusta verle mezclado a esa juventud dorada, rozarse con la alta sociedad: en esto estás de acuerdo conmigo, Casilda. Porque, la verdad, ¿qué va a encontrar el muchacho aquí?

El papá había muerto siendo magistrado, y esto bastaba para que en casa de doña Manuela, con el afán de grandezas que todos sentían, no designasen a la familia por su apellido, sino por el título del difunto. Los señores de Cuadros sentían una oculta satisfacción al rozarse con las amistades de doña Manuela, que para ellos eran gente de la clase más elevada.

Su nueva existencia, las continuas y pequeñas satisfacciones del amor propio, el saludo de los ujieres del Congreso, la admiración de los que venían de allá y le pedían una papeleta para las tribunas; el verse tratado como compañero por aquellos señores, de muchos de los cuales hablaba su padre con el mismo respeto que si fuesen semidioses; el oírse llamar señoría, él, a quien Alcira entera tuteaba con afectuosa familiaridad, y rozarse en los bancos de la mayoría conservadora con un batallón de duques, condes y marqueses, jóvenes que eran diputados como complemento de la distinción que da una querida guapa y un buen caballo de carreras, todo esto le embriagaba, le aturdía, haciéndole olvidar, creyéndose completamente curado.

El hijo de la señora Angustias conmovíase con una sensación de vanidad cada vez que pasaba entre los criados, erguidos militarmente dentro de sus fracs negros, y un servidor imponente como un magistrado, con cadena de plata al cuello, pretendía tomarle el sombrero y el bastón. Daba gusto rozarse con tanta gente distinguida.

El contacto con el agua corriente da ciertamente fuerza á los que no temen rozarse con ella; sin embargo, antes de realizar la ceremonia del baño nos suele parecer singularmente peligrosa.

Al punto determinó salir en busca de alguna cosa para aderezar la cena. ¡Muy bien, excelente idea! ¡Mariano y ella cenarían tan ricamente en su cuarto, solos, y sin rozarse con aquella gente ordinaria! Pero sobrevino la más grande contrariedad que en vísperas de un banquete puede ocurrir. Isidora no tenía dinero.

El P. Salví le miraba de cuando en cuando, pero buen caso hacía él del P. Salví; al contrario, hacía de tropezar las muchachas para rozarse con ellas, les guiñaba y ponía ojos picarescos. ¡Puñales! ¿Cuándo seré cura de Kiapò? se preguntaba. De repente Ben Zayb suelta un juramento, salta y se lleva una mano al brazo; el P. Camorra en el colmo de su entusiasmo le había pellizcado.

Ni era de los siervos alimentados, ni de los señores que dominan. Había estudiado para ser infeliz, para conocer y paladear todas las fealdades de la existencia. No podía creer en las mentiras aceptadas por la buena fe de los humildes. La instrucción le había servido para rozarse con los privilegiados, conociendo las abundancias que les rodean.

Su conducta durante la vida azarosa de marchas y campamentos contribuyó á aumentar su fama. Guadalupe tenía mal carácter. Muchas veces, al rozarse su automóvil con el de alguna generala igualmente cargado de colchones, sacos de ropa sucia, cuadrúpedos, aves y numerosos chiquillos , empezaban á insultarse ambas damas por si la una pretendía cortar el paso á la otra.