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Antes acudir a la limosna. ¿A quién, a quién, ¡Dios de mi vida!, si ya estaban explotadas todas las amistades? Alguien se presentó en casa de Isidora a ofrecerle cuanto necesitase para vencer dificultades tan angustiosas. Pero las condiciones de estos anticipos eran tales, que la joven los rechazó, espantada.

Podían servir para completar y dar pátina á un título nobiliario. ¡Pero Alemania!... ¡Las comodidades de su patria!... Quería que el cuñado admirase á su vez cómo vivía él y las nobles amistades que embellecían su opulencia. Y tanto insistió en sus cartas, que los Desnoyers hicieron el viaje. Este cambio de ambiente podía modificar á Julio.

Hicieron amistades; de las amistades pasaron al galanteo, y del galanteo al proyecto de boda. Don Baltasar creyó en el afianzamiento de su casa; pero se llevó un terrible chasco.

En amistades íntimas del tiempo de las mocedades de los dos, ¡como si Guzmán no hubiera sido antes amigo de otras mujeres!, y en cierta semejanza de fisonomía, que yo no veo, entre Luz y él, y que, aunque exista, nada resuelve... Luz se parece a Guzmán por una casualidad, como pudo parecerse al Nuncio. ¿Y también en este caso íbamos a suponer...? ¡Pues decente estaría!

Tiago prefería el Derecho para tener un abogado de balde, pero no basta saber y conocer á fondo las leyes para tener clientela en Filipinas; es menester ganar los pleitos y para esto se necesitan amistades, influencia en ciertas esferas, mucha gramática parda. Cpn.

Pasaba Toledo la tarde y las primeras horas de la noche en el atrio, esperando siempre buenas noticias, aceptando las malas con un optimismo ágil que encontraba excusa y justificación á todo. Se iba agrandando el círculo de sus amistades.

Y al oir su canto, quedaban como embobados por una delicia voluptuosa. Según ellos, sólo una mujer de gran hermosura podía cantar así. Una semana después de haberse instalado los Torrebianca en la nueva vivienda anunció Sebastiana á sus amigas que la señorona, á partir de aquella noche, iba á recibir diariamente á sus amistades, lo mismo que hacían las damas ricas de Buenos Aires.

Cierto que le constaba con toda evidencia que su senaduría era una de las de la hornada que de un momento a otro lanzaría el Gobierno a los estantes de la Gaceta; y sobre este importante preliminar, por tantos años perseguido, nada tenía ya que temer; pero no se trataba de eso, sino de algo que debía seguir inmediatamente al acontecimiento, como el estampido a la expansión de la pólvora inflamada en un arma de fuego. ¿Cómo le celebraría él, cuándo y en dónde? ¿A qué y con quiénes le obligaba esa distinción, que no por ser justa y merecida y aun algo tardía, dejaba de haber sido piedra de toque de muchas y buenas amistades... y de asombrosos temples de paciencia?

Quería vencer su extraordinario tedio frecuentando la sociedad. Había renovado mucho sus amistades, dando un poco de mano a las que le recordaban su juventud de trapisondas y procurando contar entre sus íntimos a personas de mayor fuste.

Ugarte vio que la señorita de la casa me manifestaba simpatía, y, llevado por uno de sus movimientos de rabia y de envidia, escribió al capitán Sandow, diciéndole que yo iba entablando amistades con su hija, que los tres éramos piratas, que veníamos escapados de los pontones. El capitán Sandow me llamó y le conté lo que nos había pasado, sin ocultarle nada.