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Pasarán los años, y si llegan á encontrarse se desconocerán, lo mismo que se desconocen la viga de una dorada techumbre y su hermana la viga que se pisa enterrada en un pavimento. Sorprendo en otra casa á una muger meditando con el Koran en la mano el modo de cometer un delito para obtener la atalca de su marido. ¿Qué estás pensando en este recóndito y solitario paráge, atrevida cordobesa?

Aparte se habrán cocido las legumbres o verduras; guisantes, alcachofas, puntas de espárragos y especias; se mezcla todo; se pone trozos de congrio, angula, y lo que sea necesario, que se tendrá frito; se mete al horno, y cuando esté dorada se sirve.

Para estar en ella habría sido necesario proveerse de tiendas de campaña. El gabinete conservaba su alfombra, la cómoda, un espejo pequeño y algunas sillas. La cama dorada de la alcoba permanecía como núcleo y fundamento de la casa.

Una celosía de madera dorada, por donde trepan olorosas enredaderas, ocultaba el interior á los ojos del vulgo sin impedir la libre circulacion del aire, para mantener la frescura necesaria en aquella estacion.

Se mostraban enfurecidos por este incidente, que había venido á perturbar su gloria, y empuñando la lanza á cuatro manos empezaron á dar pinchazos en una pierna del coloso. Esta vez el dolor hizo saltar á Gillespie, dejando libres las ventanas, por las que entró á raudales la dorada luz de la tarde.

Allí estaban las gallineras en sus mesas empavesadas de aves muertas colgando del pico, con la cresta desmayada, y cayéndoles como faldones de dorada casaca las rubias mantecas.

Visitó el Obispado dejando en todas partes memoria de su liberalidad y misericordia con los pobres, y consagró la Iglesia de Camañas, pueblo de la provincia de Teruel. En la Catedral hay un Crucifijo de marfil en Cruz de plata dorada y otras alhajas que recuerdan su episcopado.

Y reía con su irónica crueldad, mientras el carruaje corría por una de las avenidas de Recoletos. Leonora miraba distraídamente el paseo central; sus filas de sillas de hierro, llenas de gente; los grupos de niños, que vigilados por las criadas, corrían alborozados bajo la luz dorada y dulce de la tarde primaveral.

De pronto recordó: en la pared que había frente al escritorio de su padre había un gran cuadro que la representaba a ella a la edad de ocho años; un magnífico retrato de cuerpo entero, de Boldini, en el que su rostro infantil sonreía bajo la sombra dorada de sus largos cabellos.

En la boca dorada de los bolsillos asomaban las puntas de dos pañuelos de seda, rojos como la corbata y la faja. La montera. Garabato sacó con gran cuidado de una caja ovalada la montera de lidia, negra y rizosa, con sus dos borlas pendientes a modo de orejas de pasamanería. Gallardo se cubrió con ella, cuidando de que la moña quedase al descubierto, pendiendo simétricamente sobre la espalda.