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Madera de lomo blanquecino, y perfectamente seca. Allí estaba su lugar. Saltó en su guabiroba, y paleó al encuentro de la caza. Ahora bien, en una creciente del Alto Paraná se encuentran muchas cosas antes de llegar a la viga elegida. Arboles enteros, desde luego, arrancados de cuajo y con las raíces negras al aire, como pulpos.

Mas se ofreció una dificultad: no tenían vasija. Buscaron y rebuscaron por todos los rincones del establo, y al fin dieron, allá sobre la viga, con una muy tosca de madera. Rosa soltó una de las crías, que fue derechamente a meterse entre las patas de la madre, y comenzó a mamar con ansia, dándole frecuentes cabezadas para que la leche bajase. Los jóvenes contempláronla risueños.

Se aguarda unos días á que «siente el fruto», y mientras tanto, bárrese el lagar, se revisa y arregla la prensa, la viga, el huso, friéganse los toneles y barricas y se renuevan los arcos que han perdido. Un grato aroma de manzana madura se esparce por todo el lugar.

Juan alza dos esclusas. Eso basta por el momento. Después suelta la palanca y apoya el codo en el pretil del puente levadizo. Gertrudis, que durante todo ese tiempo ha estado contemplándolo sin decir nada, se lanza por sobre la gran viga que atraviesa la corriente de agua de una orilla a otra, a algunos pasos de ella.

40 El discípulo no es sobre su maestro; mas cualquiera que fuere como el maestro, será perfecto. 42 ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, deja, echaré fuera la paja que está en tu ojo, no mirando la viga, que está en tu ojo? Hipócrita, echa primero fuera de tu ojo la viga, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.

Los peones, calados hasta los huesos, con su flacura en relieve por la ropa pegada al cuerpo, despeñaban las vigas por la barranca. Cada esfuerzo arrancaba un unísono grito de ánimo, y cuando la monstruosa viga rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua, todos los peones lanzaban su ¡a...ijú! de triunfo.

Y Porque miras el arišta que eštá en el ojo de tu hermano: y no echas de ver la viga que eštá en tu ojo? O como dirás

Podeley, libre hasta entonces, sintióse un día con tal desgano al llegar a su viga, que se detuvo, mirando a todas partes qué podía hacer. No tenía ánimo para nada. Volvió a su cobertizo, y en el camino sintió un ligero cosquilleo en la espalda. Sabía muy bien qué eran aquel desgano y aquel hormigueo a flor de estremecimiento.

Durante diez minutos el pescador de vigas, los tendones del cuello duros y los pectorales como piedra, hizo lo que jamás volverá a hacer nadie para salir de la canal en una creciente, con una viga a remolque. La guabiroba se estrelló por fin contra las piedras, se tumbó, justamente cuando a Candiyú quedaba la fuerza suficiente y nada más, para sujetar la soga y desplomarse de boca.

Un portalón ancho, pero no muy alto, la daba entrada; y esta puerta, cuyo dintel consistía en una inmensa viga horizontal, algo encorvada por el peso de los pisos principales, era la entrada de un largo y obscuro callejón que daba al destartalado patio. Este patio estaba rodeado por pesados corredores de madera, en los cuales se veían algunas puertas numeradas.