United States or Mauritius ? Vote for the TOP Country of the Week !


Al día siguiente, Gertrudis se queda en cama, enferma. No quiere ver a nadie, y a Martín lo menos posible. Juan está sobresaltado. Las horas de la comida pasan tristes y silenciosas... Se extienden las sombras, cada vez más densas, alrededor del molino de Felshammer. El sol se pone una vez más. El cuarto día, Gertrudis está casi restablecida; Juan puede entrar en su cuarto y hablar con ella.

Tiene el rostro y las manos negras como el carbón, y sobre sus ropas aparecen enormes manchas de alquitrán. En las ventanas del molino se ven las caras de los molineros que ríen a carcajadas, y Martín se pasea delante de la casa vivamente sobreexcitado. La escena es en extremo cómica, y Juan y Gertrudis creen que van a morir de risa.

Aprieta la mano de su hermano más cordialmente que nunca, y lo mira en silencio en el fondo de los ojos, como si tuviera que hacerse perdonar una falta grave. Gertrudis tiene la palidez que causa una noche de insomnio. Su mirada evita la de Juan, y la taza de café que le ofrece suena en sus manos temblorosas.

Las desesperaciones de amor, los cantos fúnebres, se alternan allí con las consideraciones poéticas sobre la vanidad de la existencia, y lo corona todo el estallido de desesperación de Kotzebue, desbordamiento de sentimentalismo que ha sido durante medio siglo la más popular de las poesías alemanas. Ese cuaderno responde perfectamente al gusto poético de Gertrudis.

Juan está completamente hundido en el tupido follaje, y deja que los pámpanos, que tiemblan y se agitan al soplo de su aliento le acaricien el rostro. Gertrudis lanza de tiempo en tiempo una mirada furtiva a los dos hermanos; se la podría tomar por una criatura indisciplinada que quiere hacer alguna travesura, pero cerciorándose antes de que nadie la vigila.

El deseo y la esperanza, las tristezas de la separación y el dolor de la muerte, todo esto se adivina en los sonidos que se escapan de sus labios. El rostro de Gertrudis se crispa como para contener las lágrimas; pero sus ojos brillan.

A más de los cuadros que pintó el maestro sevillano para los templos de esta ciudad que he citado, se encuentran hoy en el Museo provincial las siguientes obras: Visión de san Basilio, dos santos de la orden franciscana, Un santo obispo, san Gregorio, san Demetrio, san Antonio, san Pedro, Sebaste, santa Dorotea, santa Gertrudis, Un santo religioso bernardino y la Apoteosis de san Hermenegildo, ya citada.

En eso... un grito... una caída... Gertrudis se ha desplomado, y con la frente apoyada en la pared solloza desesperadamente. Los dos hermanos se levantan. Martín le toma la cabeza entre las manos y murmura palabras entrecortadas y confusas; pero ella solloza cada vez con más violencia.

Además ¿no hay también horas menos ruidosas? Cuando Gertrudis dice: «Juan, ven a cantar», se sientan juiciosamente uno al lado del otro en el emparrado, o cuando se pasean lentamente a la orilla del riachuelo; y cuando Martín ha encendido su pipa y está dispuesto a escucharlos, sus voces resuenan claras y vibrantes en la sombra de la noche. Bien pronto llegan instantes de solemne encanto.

Yo no creo que se atrevan nunca a intentar nada por ese lado. Y si no que lo diga el marqués... Ricardo no oyó bien las últimas palabras de don Máximo porque estaba saludando con sonrisa apasionada a María, que entraba a la sazón. Después que se hubo sentado cerca de doña Gertrudis y cambiado con él algunas miradas, fue cuando se acordó de la pregunta que le dirigían.