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Imposible es que la oración consuelo, el sol alegría, ni el tiempo olvido, á la que no conmovió la inocencia del niño, que en vez de encontrar los amantes brazos que le dan vida y calor, solo halló, al alargar sus manitas, el frío hierro de la reja del refugio, ó sintió sobre su sonrosada faz el duro viento que se estrella contra las macizas puertas del templo, ante cuyo dintel lo abandonó el crimen para que lo recoja la caridad.

Mi cuarto es hondo, lóbrego, estrecho, bajo; las paredes están rebozadas de cal blanca; la puerta, ancha y achaparrada, está compuesta por cuadrados y cuadrilongos cuarterones; en el centro, abierto en talla, entre dos flores de lis campea un escudo; sobre el dintel, una ventanilla aparece cerrada por diminuta reja, formada con una redonda cruz santiaguesa.

Al otro extremo, frente a una alta vidriera que daba al jardín, y al lado de una chimenea de mármol negro, había una gran mesa del siglo XVII, de nogal, cuadrada, con ancha talla y hierros escarolados, y cómodas butacas y mullidas poltronas, algún tanto desteñidas y un mucho destrozadas, dispuestas en torno: allí recibía Butrón a los profanos a que les era lícito traspasar el dintel de su despacho privado.

Arreglándose con los dedos la negra y rizada cabellera, abrió violentamente la puerta del despacho, para llegar por allí más pronto a la alcoba y quedóse parado en el dintel, tieso como un huso, cuadrado como un quinto y estupefacto cual si hubiese visto levantarse el sol en mitad de la noche.

Hizo entonces el otro jesuita que el padre Mateu se volviese a Loyola antes que cerrase la noche, acompañándole don Federico en el coche que esperaba, y los dos ancianos, los dos moribundos, separáronse sin pesar, como dos amigos que en el dintel de un palacio en que han de entrar por puertas distintas se estrechan la mano diciéndose: ¡Hasta luego!...

No tuvo tiempo de más cavilaciones, porque giró ante él la hoja enorme pintada de rojo, bajo el dintel labrado, y la propia Carmencita se apareció a sus ojos, siempre dulce y grave. Mirándole con despacio, clamó absorta: ¡Salvador!

A veces, reinaba de repente uno de esos súbitos silencios que el pueblo andaluz atribuye al involuntario respeto que infunde el invisible aleteo de un ángel que pasa; era más bien algún diablillo que llegaba, alguna dama famosa por cualquier concepto que traspasaba el dintel, obligando a la crítica a replegarse sobre misma, para estudiar el blanco sobre que había de disparar su metralla.

Concha, en pie debajo del dintel de la puerta, se arreglaba con mano nerviosa la ropa y los cabellos. Ven aquí dijo en tono imperioso a su querido. Pero éste hizo un gesto de desprecio y se volvió hacia el matrimonio para disculparse. ¡Vaya unos postres que les he dado!... ¿Quién iba a suponer?... Carlota, usted es muy buena y me perdonará esta grosería. ¡Ven aquí! gritó con más furia la joven.

De vez en cuando, una elegante muchacha se detenía en mitad del atrio para acariciar la carita sucia de un pequeñuelo y preguntar su edad a la madre; sus compañeras la llamaban riendo y en cuanto llegaban al dintel de la iglesia todas tomaban una expresión seria y recogida. Adriana no quiso entrar en seguida.

Pomposa para volar al martirio, sería sencillamente una puerta con arco de ladrillo, y si era, como parece regular, la que conducia del convento de mujeres al coro de la iglesia, tendria á lo sumo algun adorno sencillo esculpido en su dintel, realzado tal vez con vivos colores.