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Entiéndase, con todo, que para que estéticamente gustemos de versos así los mismos profanos, es menester que un dejo del verdadero amor, de ternura y de otros bellos sentimientos, difunda en el cuadro que el poeta nos trace algunos resplandores de la luz del cielo.

Como era de prever, la muerta no había logrado hacer desaparecer completamente las huellas de su suicidio: en el vaso encontrado en su mesa de noche, quedaban adheridas al vidrio, gotas de un líquido cuyo sabor indicaba claramente, aun a los profanos, que se trataba de una solución de morfina.

CAPÍTULO II. Influencia simultánea de los ritos de la Iglesia y de las diversiones profanas en la formación del drama religioso. Dramas religiosos más antiguos que existen. Fiestas del Corpus en el siglo XIII. Edad de oro del drama religioso. Misterios. Moralidades. Dramas profanos del siglo XIII. 123 CAPÍTULO III. Teatro romano en España.

Yo doy al cuento el escenario de vuestro reino interior. Abierto con una saludable liberalidad, como la casa del monarca confiado, a todas las corrientes del mundo, existía en él, al mismo tiempo, la celda escondida y misteriosa que desconozcan los huéspedes profanos y que a nadie más que a la razón serena pertenezca.

Lo incomprensible es que un militar viejo como usted buscase asilo detrás de un armario mientras los franceses insultaban a las señoras. Nada, lo que he dicho siempre repuso Malespina . Es inútil esperar que los profanos hagan nunca justicia a las combinaciones de la ciencia. Todo lo ven bajo el aspecto vulgar, y lanzan al público las acusaciones más irreverentes.

Hasta la idea de lo que piden y obtienen apenas se percibe por los profanos sino de un modo confuso, allá en lo más recóndito y tenebroso del alma, allá en los abismos insondables del sentir con el sentido del espíritu, abstrayéndose de los otros sentidos.

Se escribió en loor de Nuestra Señora del Rosario: y como la compuesta con igual objeto por Álvaro Cubillo de Aragón y la de Antonio Coello, se diferencia de los autos sacramentales y de los escritos al nacimiento de Nuestro Señor, no sólo por su tendencia, sino también por los elementos profanos predominantes, comparados con sus alegorías.

Murmuraban en su alma las sensaciones de aquellos días, y la asaltó el escrúpulo de que se juntaban a la unción de su espíritu vestigios profanos. Cerró entonces los ojos, apoyó la frente en los pies de la imagen. Algo, poco a poco, la enajenaba, algo que ya no era sensación ni sentimiento, sus ideas se perdían hacia un fondo de claridad interior, infinita; un vago canto la transportó.

No: aquel santo asilo de almas consagradas a Dios y a la propaganda piadosa, no debían nunca verse sujetas a miserables tributos, pesquisas de profanos malévolos ni vejaciones parecidas.

El Magistral comenzó a impacientarse; la Regenta no subía la cuesta, persistía en sus peligrosos anhelos panteísticos, que así los calificaba él, se empeñaba en que era piedad aquella ternura que sentía con motivo de espectáculos profanos, y declaraba francamente que las lecturas devotas le sugerían reflexiones probablemente heréticas, o por lo menos, poco a propósito para llegar a la profunda fe que el Magistral exigía como preparación absolutamente indispensable para dar un paso en firme.