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No iba lejos, podía venir cada dos días á visitar la casa; el abuelo podía verla y en cuanto á Basilio, él sabía hace tiempo el mal giro que tomaban los asuntos de su padre porque solía decirla á menudo: Cuando yo sea médico y nos casemos, tu padre no necesitará de sus campos. ¡Qué tonta he sido en llorar tanto! se decía mientras arreglaba su tampipi.

Dos o tres veces escribí una palabra por otra; eché a perder una hoja de papel sellado, y estaba yo a punto de decir: «¡No sigo escribiendo! ¡Estoy enfermo!...» cuando dio la una. Corrí a la casa. El P. Herrera conversaba en la sala con mis tías, y Angelina arreglaba la mesa en el comedor. No me sintió al llegar; me tenía a su lado y no me había visto.

Los espadas igualmente pinchaban donde podían, sin aproximarse jamás, ni por casualidad, al sitio verdadero. En vano saltó el Cigarrero más de veinte veces al redondel a poner orden; en vano les arreglaba los novillos y se los cuadraba, de suerte que no había más que dejarse caer; de todos modos la confusión, el ruido y las atrocidades de todo género no cesaron en toda la tarde.

Poco tiempo iba transcurrido desde la severa reprimenda, cuando una tarde, mientras Julián leía tranquilamente la Guía de Pecadores, sintió entrar a Sabel y notó, sin levantar la cabeza, que algo arreglaba en el cuarto. De pronto oyó un golpe, como caída de persona contra algún mueble, y vio a la moza recostada en la cama, despidiendo lastimeros ayes y hondos suspiros.

Don Pedro Nolasco sólo dos o tres veces había vuelto a la tertulia; y eso «por ser yo quien era», porque se arreglaba ya muy mal, a los años que tenía, con las asperezas de los callejos en la oscuridad de la noche, aunque llevaba linterna.

¿Qué le pasa a usted, Catalina? preguntó Hullin . Desde esta mañana veo a usted pensativa, a pesar de que nuestros asuntos marchan bien. La labradora, separando lentamente la ropa que arreglaba, respondió: Es verdad, Juan Claudio; estoy inquieta. ¡Inquieta! ¿Y por qué? El enemigo está en plena retirada.

Yo he sido engañada lo mismo que ... «Vendrá, y seremos felices otra vez...» ¡Ay! ¡si pudiese hablarte esta habitación... este diván en el que he soñado tantas veces!... Siempre que arreglaba unas flores en ese vaso, me hacía la ilusión de que ibas á llegar; siempre que me embellecía con un poco de tocador, me imaginaba que era para ti... Vivía en tu país, y era natural que llegases.

Se aproximaba a él tímida, vacilante, pero sin rubores que alterasen su palidez, como si lo extraordinario de las circunstancias hubiese vencido a su antiguo encogimiento. Arreglaba el embozo del lecho, desordenado por los movimientos del herido, daba a beber a éste y levantaba con manos maternales su cabeza, para ahuecar la almohada.

Algunas noches, Maximiliano soñaba que tenía su tizona, bigote y uniforme, y hablaba dormido. Despierto deliraba también, figurándose haber crecido una cuarta, tener las piernas derechas y el cuerpo no tan caído para adelante, imaginándose que se le arreglaba la nariz, que le brotaba el pelo y que se le ponía un empaque marcial como el del más pintado. ¡Qué suerte tan negra!

Su amor propio sufriría... ¡figúrese usted!... ¡con el orgullo que tienen! Sería un campanazo en todo Buenos Aires. Además... esto es lo triste... parece que hay por medio deudas, favores, pagarés, hipotecas... ¡qué yo!... Y, claro, con la boda todo se arreglaba. ¡Naturalmente! Todo, menos lo tuyo. Pero, ¿no debo yo sacrificarme por todos? No, hijita; ¡eso nunca!