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¡Jesús, Butrón, pobre de ! exclamó con su dulce vocecita Pues si está en mi mano, no tenga usted miedo de que la suelte.

Mas su graciosa majestad no manejaba sin duda con gran arte el habla de Cervantes, y siendo su intento escribir según la construcción inglesa: Al marqués de Butrón, recuerdo, olvidóse de poner la u, y resultó: Al marqués de Butrón, receurdo, firmado y rubricado de puño y letra de su graciosa majestad la soberana de los tres reinos unidos, emperatriz también de las Indias.

Fernandito le escribió al ministro solicitando para el cargo... ¡sin decirme nada, Butrón!... ¡sin contar conmigo!... ¡Vamos, si es horrible, horrible!... ¡Ay, qué marido!... Le aseguro a usted que si no fuera por mis hijos entablaba el divorcio...

¡Ay, no, no Butrón! dijo Currita con melancólico acento No crea usted que me hago yo ilusiones algunas; muy bien que no hay rival tan temible para una mujer como la sota de bastos o la esperanza de una cartera...

Mientras tanto, asombrado Butrón de aquel brusco arranque, y muerto de susto ante audacia tan temeraria, echaba a toda prisa las cortinillas para que no le viesen; y Currita, riendo como una loca, se asomaba por el vidrio de la trasera para ver a los transeúntes refugiarse asustados en los portales, y a los guardias públicos correr detrás de la berlina, haciendo señas de que parasen.

Atónito el de Morel ante tamaño desplante, averiguó que el señor de Butrón se sentía ofendido por no haber figurado su nombre entre los cinco elegidos y se proponía pedir cuenta de aquel desacato á Chandos y Fenton.

La marquesa entraba, en efecto, causando su presencia un movimiento general de sorpresa, seguido de un murmullo prolongado que disipó las angustias de Butrón, hizo sonreír triunfalmente a la de Bara y morderse los labios a Currita, adivinando desde luego una rival, la más temible, porque era la más detestada.

Tanta prisa les dió el barón y con tan buena maña los recibieron y acomodaron á bordo el capitán y sus marinos, que se dió la señal de levar el ancla cuando el señor de Butrón estaba todavía engullendo los delicados manjares que cubrían la mesa del corregidor.

Temblando como una azorada, entró Kate, la doncella inglesa, a participarle lo ocurrido; pareció entonces azorarse mucho la dama, como si de nuevo la cogiese, y quiso a toda prisa avisar al marqués de Butrón lo que acontecía.

Azorado y en voz baja, y mirando a todas partes, como si temiese ver aparecer a los polizontes que invadían el palacio, le dijo: Pero ¿qué es esto?... ¡Habla, hija mía!... Currita se dejó caer en un sofá, cubriéndose el rostro con el pañuelo. ¡Estoy perdida! dijo. El respetable Butrón abrió la boca, como si fuera a tragarse un queso entero.