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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Sobre el dintel de la puerta de SANTA ISABEL se halla el escudo de las armas reales sostenido por otros dos leones: á los lados de esta puerta dos ojos circulares equidistantes dan una mediana luz al salon.
Doña Brianda se limpió el beso con el pañuelo de encajes; pero doña Inés miró sonriendo amablemente a Pablo, como invitándole a que hiciera otro tanto... Todos, hasta la anciana duquesa, parecían de buen humor, y siguieron luego danzando y riendo... Mas de pronto, como convidado de piedra, se apareció en el dintel de la puerta la imponente figura de fray Anselmo.
Allí se hallaba, cortando el paso del puente, retando a sus contrarios y al Duque mismo; al paso que aquéllos, sin armas de fuego, temblaban ante el denodado joven, sin osar atacarlo. Hablábanse en voz baja y tras ellos, apoyado contra el dintel de la puerta, vi a mi amigo Juan, que con un pañuelo procuraba restañar la sangre que manaba de una herida recibida en la mejilla.
El atrevimiento era tan grande, la audacia tan increíble, que extraviada la opinión por completo con estas pérfidas insinuaciones, señaló entonces con el dedo a la condesa de Albornoz y comenzó a mirarse el dintel de su palacio con el mismo horror con que se había mirado tres días antes la esquina del ministerio de la Guerra.
Llegaba, y parado en la puerta, bajo el carcomido dintel, se detenía atusándose el bigotazo. Al verle yo, se inclinaba, quitándose el sombrero, me dirigía correcto saludo, siempre acompañado de una picante alusión a la disputa de la víspera, y luego, en voz baja me decía: ¿Está el tío? El tío era el abogado. Así llamaba a un superior cuando hablaba de él con quienes le estaban sometidos.
Taconeando como un húsar apareció la enviada en el dintel. Su larga falda, toda llena de barro, no estaba tan mustia como su cara. Todas la rodearon. ¿Qué hay? murmuraron los labios. ¡Qué no viene, que se vuelve desde Lucban! dijo con voz desfallecida la interrogada.
Un portalón ancho, pero no muy alto, la daba entrada; y esta puerta, cuyo dintel consistía en una inmensa viga horizontal, algo encorvada por el peso de los pisos principales, era la entrada de un largo y obscuro callejón que daba al destartalado patio. Este patio estaba rodeado por pesados corredores de madera, en los cuales se veían algunas puertas numeradas.
Apoyando una mano en el dintel de la puerta de la alcoba, dijo el amo sonriente como la criada: La verdad, Teresina... el trabajo de hoy es muy importante. Si te es igual, vuelve luego, y acabarás de arreglar esto cuando yo no esté. Bien está, señorito, bien está respondió la criada, muy seria, con voz gangosa y tono de canto llano.
Mas, con gran sorpresa suya, pasó todo el día del lunes, y pasó también el martes, y llegó y pasó asimismo el miércoles, sin que ningún coche parase a la puerta, ni atravesase una sola visita las antesalas, ni recibiera el oso del vestíbulo en su bandeja ninguna tarjeta, ni llegara tampoco el menor recado, la más insignificante misiva de atención, de interés o de consuelo... Aterróla entonces aquella soledad, que no sabía explicarse, porque ignoraba que la opinión había atravesado en el dintel de su puerta el cadáver de Jacobo; mas cuando llegaron a su noticia las voces que corrían y supo que una pérfida y misteriosa mano explotaba el funesto hallazgo de la capa de pieles, para hacer recaer sobre ella las sospechas del crimen, tuvo en su soledad vértigos de ira, estremecimientos de fiera acorralada, y decidió desafiar frente a frente a la calumnia con un golpe de enérgica audacia.
Cerróse la puerta, y don Francisco se sentó en el dintel. Indudablemente, don Francisco había salido del cuarto de doña Clara Soldevilla en busca de Juan Montiño. ¿Y decís que él vendrá? Ha concluído ya su lance con don Bernardino, según me han dicho, y no debe tardar en ir á vuestra casa... porque también sé que vive en vuestra casa; tropezará con don Francisco, que le está esperando, y vendrá.
Palabra del Dia
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