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En efecto, la florista se estaba abriendo paso por la fila posterior de butacas para entregar un ramo de flores a cada una. Escudero rebosaba de contento y su digna esposa igualmente. Pero Araceli se mostraba en absoluto indiferente al triunfo de su primo. Su corazón virginal no latía ya sino con los recuerdos feudales, y Gonzalito Ruiz Díaz era el encargado de refrescárselos.

Mas ella, aturdida y excitada, como siempre, por sus propias palabras, cada vez se iba poniendo más encrespada, hasta el punto de que algunas personas que se sentaban en las butacas inmediatas lo observaron. ¡Es una grosería, Sanjurjo..., una indignidad!... Usted es persona de buena educación, y en su interior se está escandalizando, segura estoy, de ello.

El resto de la noche lo pasamos Antonio y yo sin proferir palabra, en sendas butacas de su alcoba, fumando cigarrillos y embargadas nuestras mentes con mil conjeturas, hasta que por la abierta ventana vimos desvanecerse las estrellas y dibujarse en el cielo la claridad de la ansiada aurora.

En Vetusta las señoras no quieren las butacas, que, en efecto, no son dignas de señoras, ni butacas siquiera; sólo se degradan tanto las cursis y alguna dama de aldea en tiempo de feria. Los pollos elegantes tampoco frecuentan la sala, o patio, como se llama todavía.

La casualidad vino en su ayuda resolviendo el asunto a su placer, cuando menos lo pensaba. Una noche se encontraron en el teatro de la Comedia. Raimundo, que transcurrido el año de luto solía ir de vez en cuando, estaba con su hermana en las butacas. Ella ocupaba un palco bajo frente a ellos.

Venimos á hablar al magistrado, dijo Marenval gravemente. No esperéis, sin embargo, que vaya á ponerme la toga, dijo el juez riendo. Vénganse á mi gabinete y allí estaremos más cómodos. Les condujo á la pieza de que acababa de salir y les dijo indicándoles dos butacas: Siéntense ustedes. Vamos á ver; ¿han cometido ustedes algún crimen? ¡No!

Desde allí dirigía la palabra a otros señores de más edad, abonados en el palco de enfrente: se decían cuchufletas, se burlaban de la tiple o del bajo, y se tiraban caramelos y saetas de papel. Por cierto que el público de las butacas, ajeno todavía a estos refinamientos de la civilización, solía hacerles callar bárbaramente con un enérgico chicheo.

Hay en Milan muchos y buenos coches públicos, regulares hoteles, gabinetes de lectura, teatros, paseos, buenos cafés y muchas mujeres hermosas. Los austríacos, de quienes hablaré poco, porque me exalto al solo recuerdo, patrullan dia y noche por la ciudad, hacen sonar sus sables en la primera fila de butacas de la Scala, que les pertenece, impiden pensar y hablar, etc.

Hace un momento me hallaba en el teatro de la Comedia. Era el beneficio del primer galán. La sala estaba de bote en bote. En el segundo entreacto fui a saludar a la marquesa de Zamara y a su hija Matilde, que estaban en la primera fila de butacas, cerca del pasillo lateral de los números pares.

El protagonista es Dios. Luego, en el escenario, hay otros personajes, comparsería, orquesta, coros; la misma Iglesia asegura que hay coros. Pues bien: es absurdo pretender que en un teatro se acomode todo el público en palcos y butacas. Estas localidades son para los espectadores distinguidos, y las galerías y cazuela para la plebe.