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Otras veces recordaba melancólicamente al «buen amigo» que vagaría por el bulevar esperando su regreso, un joven verdaderamente chic, aunque pobre, con el que estaba en relaciones hacía algunos años. ¡Y las amigas! ¡Y los teatros! ¡Y había que abandonarlo todo por... el negocio! «La vida es triste, decididamente triste

MÁXIMO. Está mal. Sin duda te has distraído. ELECTRA. No ponéis la atención debida... una atención serena... MÁXIMO. Es que mientras hacéis los cálculos, estáis pensando en las musarañas. Y hablando de toros, de teatros, de mil tonterías. Así sale ello. GIL. Rectificaré las operaciones. MÁXIMO. Mucho tino, Gil.

Los teatros, las flores y los regalitos a su ídolo, las francachelas con sus nuevos amigos del Club de los Salvajes, los trajes y las joyas, todo lo que constituye, en suma, el tren de un lechuguino en la corte, le hicieron desembolsar sumas enormes con relación a su hacienda. Para ello hubo necesidad de echar mano del capital.

Dentro de la caja vetusta y crujiente se alejaban sus esperanzas, la razón de ser de su vida. ¡Y así eran en realidad las grandes separaciones, los hondos dolores: sin palabras sonoras, sin frases elocuentes; completamente distintas de como se ven en los teatros y en los libros!...

Desde entonces, los de Pacheco y la Puente se frecuentaron muy poco, abandonándose enteramente antes de acabarse el siglo, y quedaron como únicos teatros de Madrid los dos mencionados, pertenecientes, como hemos dicho, á las cofradías.

A dios, conversaciones suficientes A entretener un pecho cuidadoso, Y á dos mil desvalidos pretendientes. A dios, sitio agradable y mentiroso, Do fueron dos gigantes abrasados Con el rayo de Jupiter fogoso. A dios teatros publicos, honrados Por la ignorancia que ensalzada veo En cien mil disparates recitados.

La comedia de No hay vida como la honra es, seguramente, una de las mejores de Montalbán. La escribió para defender su reputación literaria, después de haber sido silbada otra obra dramática suya, y su triunfo fué tan grande, que se representó muchos días consecutivos en ambos teatros, obteniendo siempre grandes aplausos.

Además, el cuarto almacén tenía la entrada por un patio, que era de los estanqueros, y éstos cuidaban de que sólo entrasen allí los dependientes del editor, con lo cual él, seguro de robos, pagaba la custodia con billetes de favor para los teatros, a que de ese modo asistía Cristeta gratis y a menudo.

Además de estas divisiones principales de los teatros españoles, debemos mencionar también algunas otras, cuya situación no se puede determinar con exactitud; á saber: las barandillas, el corredorcillo, el degolladero y los alojeros.

El público aplaudió, y Enrique Thomas, después de trabajar algún tiempo en los teatros de Sceaux y de Grenelle, pudo pisar el escenario glorioso de la Porte-Saint-Martín. Su primer maestro fué Frédérick Lemaitre.