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Mas el viejo mamarracho, sin guardar siquiera memoria de aquello, encogióse de hombros al oírle, y seducido por la labia de Jacobo, ofrecióle cordialmente cartas comendaticias para los venerables de Milán y de España que le pusieran a cubierto de todo recelo.

Hay muchos y buenos coches de alquiler; por las calles de Milan se va en carruaje con mucha comodidad, hay en todas las calles dos listones de baldosa por donde resbalan las ruedas, de modo que el movimiento es suavísimo, y la celeridad grande. En el Corso hay jardines públicos á imitacion de los de Mabille de Paris, pero no tan buenos.

No son tantos ahora, porque el caballero de Montclus se llevó un centenar de ellos en su expedición á Milán contra el Marqués de Monferrato; pero cuento reclutar yo mismo aquí no pocos muchachos ganosos de honra y provecho, y completar con ellos las filas del cuerpo más lucido que hoy campea bajo la bandera de San Jorge.

Á Enrique IV propuso al mismo tiempo negociarle en Génova un empréstito de 2.000.000 con tal que destinara de la suma 40.000 libras mensuales á una invasión por el reino de Aragón . En carta al Conde de Essex decía que, animado el Rey con el buen resultado de la jornada de Cádiz, era probable que se atreviera á tentar algo por ese lado y por el de Milán.

Quizá un pensamiento de ambicion fué causa de la derrota de Cárlos Alberto; quizá la ambicion que en Novara se mostró fué orígen de deplorables acontecimientos... ¿Quién sabe si á no ser por ella Milan y la heróica Venecia no hubieran sacudido su ominoso yugo?

Habia salido de Milan á las seis de la mañana, entré en Novara á las dos de la tarde. Inmediatamente se agolparon á mi cabeza todos los recuerdos de Cárlos Alberto, y solo así me interesó Novara, que en verdad tiene poco que ver.

De Milan, me dirijí á la poética, desgraciada y heróica Venecia. Salí de Milan en línea de hierro hasta Treviglio, una hora de camino: allí tomé un ómnibus que me condujo en tres horas á Cucallo, y de allí á Venecia en camino de hierro, empleando nueve horas.

Tenía la mano derecha libre y desnuda, y en la izquierda los guantes de ámbar y la graciosa gorra de Milán con airón de blancas y rizadas plumas, prendido a la gorra por una piocha de esmeraldas y rubíes.

El segundo devaneo de Serafina, en Milán, ya no fue espontáneo. Aceptó como aceptaba una contrata en un teatro, porque lo exigía el otro, Mochi. También ella creía de buen gusto guardar las formas; hacía como que engañaba a su amante y director artístico.

La fama del teatro español, que con tan rápido vuelo se elevara, pasó al principio de este período mucho más allá de las fronteras de la madre patria, llegando, no sólo á los países extranjeros, sujetos al cetro de los soberanos de la Península, á Nápoles y á Milán, á Flandes y América, sino también á otras naciones, en donde se representaron, imprimieron é imitaron los dramas españoles.