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Los muebles de aquella sala eran de poco valor, pero cómodos y aseados. Las cortinas y el forro de los sillones, sofás y butacas, eran de tela de algodón pintada de flores; sobre una mesita de caoba había recado de escribir y papeles; y en un armario, de caoba también, bastantes libros de devoción y de historia.

Lucía también estaba impaciente; lo observaba nuestro joven con placer; varias veces la había sorprendido echando una rápida e intensa mirada por todo el ámbito de las butacas, y había querido adivinar, en sus labios, cierta expresión de desencanto o disgusto. Al fin hizo un esfuerzo supremo y se coló rápidamente en medio de la sala.

Eran más de cien los comensales, que ocupaban tres mesas paralelas, situadas en el recinto de las butacas. En el escenario se colocó el coro de muchachas ensayadas en el Ágora por D. Gaspar de Silva y el director de la murga municipal. Los palcos estaban ocupados por cuanto de elegante, aristocrático y exquisito guardaba Peñascosa en su seno.

Volvió al salón. No había nadie. «No podía ser». Entró en el gabinete de la Marquesa.... Tampoco vio entre las sombras ningún cuerpo humano. Todo era sillas y butacas. Sobre ellas ningún bulto de mujer. «No podía ser». Con aquella fe en sus corazonadas, que era toda su religión, Álvaro buscó más en lo obscuro... llegó al balcón entornado; lo abrió... ¡Ana! ¡Jesús!

Dispuso con un ademán de los suyos que me sentara en el centro del sofá, y senteme allí. Delante del sofá, a sus dos extremos y mirándose frente a frente, había dos butacas. La mujer se sentó en la una y el marido en la otra. Colocados así los tres, el espectro estaba a mi derecha. »El bueno de don Santiago había estado muy afable y cortés conmigo... y también un poco desconcertado al saludarme.

Cuando salieron de la tienda eran doradas y relucientes, y representaban dos mujeres hermosas. Ahora son negras y nadie sabe lo que representan. Descansando á un lado están los hierros de la chimenea. La lumbre los hiere de través produciendo destellos. Delante del fuego y próximas á él hay dos butacas en actitud de conversar amigablemente. Pero están mudas, ó por lo menos no se oye lo que dicen.

Era bonita y recogida y adornada con esmero; por donde se adivinaba bien que no eran manos de hombres las que la cuidaban. Estaba, hasta el sitio que yo ocupaba, llena de bancos de madera, colocados unos detrás de otros como las butacas de un teatro, dejando igualmente en el centro calle para el paso.

Encogiose Artegui de hombros como aquel que se resigna, y tiró del cordón de la campanilla. Cuando un cuarto de hora después entró el camarero con la bandeja, ardía el fuego más que nunca claro y regocijado, y las dos butacas, colocadas a ambos lados de la chimenea, y el velador cubierto de níveo mantel, convidaban a la dulce intimidad del almuerzo.

La impresión que Clementina le causaba no era la misma de respetuosa devoción que antes de haber trabado de tan singular manera conocimiento con ella. Pepe Castro, así que le vió en las butacas, comenzó a mirarle con fijeza tratando sin duda de analizarle. Como es natural, esta sospecha no le excitó a mirarle con más simpatía.

No dejaré de consignar, ya que me acuerdo, que durante la representacion guardan sus sombreros todos los espectadores que hay de pié en el parterre y que se situan á derecha é izquierda entre la pared y las butacas: costumbre que no me pareció extremadamente galante.