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Actualizado: 14 de octubre de 2025


El comedor, en el que la abuela y yo estamos como alejadas, y el salón, en el que parecen perdidas las butacas en cuanto estamos solas en él, completan la planta baja. En el piso primero se encuentran todas las alcobas, de dimensiones más ordinarias, gracias al cuarto de tocador de que cada una está provista.

Y descartados don Juan y el comerciante, doña Manuela volvió a la carga; el hijo intentó resistirse, pero al fin le aturdieron las caricias maternales y firmó cuanto quiso la mamá. La consideración de que parte de aquel dinero era para pagar el abono de las tres butacas que la familia tenía en el Principal a turno impar le hizo decidirse.

En las mesas de tresillo, nadie; en los veladores inmediatos, lo mismo; en el sofá de gutapercha jironeada y en las cuatro butacas contiguas a él, Maravillas y dos «chicos de la redacción», hablando u oyendo leer, muy por lo bajo, a uno de ellos unos papelucos.

Pero al cruzar el pasillo de butacas sentí que me llamaban por mi nombre: ¡Qué encandilado va, hermano! Era Raquel, la dama de

Nadie había visto al joyero en las butacas, ni en el vestuario, ni en ninguna parte. ¡Y sin embargo le he visto esta tarde con Mr. Jouy! dijo uno. Y ha regalado un collar á una de las actrices... ¿A cual de ellas? preguntan algunas curiosas. A la mejor de todas, ¡la que seguía con la vista su Excelencia! Miradas de inteligencia, guiños exclamaciones de duda, de afirmacion, frases entrecortadas.

Pero la educación del semblante no basta: la distancia que separa al escenario de las butacas, la riqueza de las decoraciones, y más que nada, el resplandor de la batería «comen» mucho; es decir, merman la importancia de las figuras, las empequeñecen y emborronan, y de ello ha nacido el maquillaje ó arte de fortalecer ó «abultar» las expresiones, de modo que éstas puedan llegar al público en su absoluta intensidad y pureza.

Un corredor o galería, sostenida por columnas de mármol, le circundaba; y así en la galería, como en varias salas a que la galería daba paso, había mesas de tresillo, otras con periódicos, otras para tomar café o refrescos; y, por último, sillas, banquillos y algunas butacas. Las paredes estaban blancas como la nieve del frecuente enjalbiego, y no faltaban cuadros que las adornasen.

Los violines, mal afinados, gruñían como cochinillos hambrientos, oíase algún quejido gangoso de clarinete y rasgaban el aire alegres carcajadas infantiles. Don Juan, de pie en el callejón central de las butacas, tenía fija la mirada en el palco.

Un bloqueo prudentísimo primero, intimando poco a poco, acercándose algunos ratos a la mesa y cambiando con la chula bromitas más o menos picantes. Estos acompañamientos se hicieron frecuentes. Otro día les trajo butacas para uno de los teatros por horas.

Y me da un fuerte abrazo, mientras grita: ¡Lo mismo que don Luis María Pastor! ¡, exclamo yo , lo mismo que don Luis María Pastor! Y en la sala del Español se ha producido un escándalo enorme. En los palcos, en las butacas, en el paraíso protestaban ruidosamente de nuestra expansión; la representación se ha interrumpido, y hemos tenido que marcharnos avergonzados, mohinos, cabizbajos.

Palabra del Dia

neguéis

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