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Actualizado: 14 de octubre de 2025


A este grito, las señoras mayores abandonaron las butacas de la sala, para apelotonarse en los balcones, teniendo a sus espaldas a los caballeros, que de vez en cuando se alzaban sobre las puntas de los pies para ver mejor.

Salí entonces, atravesé las butacas como un sonámbulo, aproximándome a ella sin verla, sin que me viera, como si durante diez años no hubiera yo sido un miserable... Y como diez años atrás, sufrí la alucinación de que llevaba mi sombrero en la mano e iba a pasar delante de ella. Pasé, la puerta del palco estaba abierta, y me detuve enloquecido.

Quizá fatigadas de charlar y enervadas por el calorcillo agradable que templa la atmósfera del gabinete, se hayan entregado al sueño ó á la meditación. La claridad las baña á veces vivamente: otras las deja sólo medio esclarecidas. Detrás de las butacas empieza ya la sombra; una sombra indecisa. En ella flotan como masas negras los muebles de la cámara.

Llamábase a aquel recinto «la cazuela». Las butacas eran del mismo aborrecible pelote que los palcos y el forro debió ser también del mismo color, aunque no podía saberse con certeza.

Después de los cumplimientos de costumbre, sentados doña Luz y su hasta entonces desconocido huésped en cómodas butacas, habló éste, con reposo y como quien tiene mucho que decir, de la manera siguiente: Ya sabe usía que me llamo Gregorio Salinas. Ahora soy escribano y no estoy mal de bienes de fortuna.

Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba.

Bien comprendía la hija del abogado Valcárcel que no era su hermosura lo que tanto llamaba la atención; que era, principalmente, su aderezo, y mucho también su vestido, y un poco la novedad de verla en el teatro. Vamos, esta se lanza al mundo otra vez pensó ella que debían de estar pensando muchas de aquellas damas, que se la estaban comiendo con los ojos desde butacas y palcos.

Se ahogaba con los trajes de paseo; no cabía en las habitaciones reducidas; resoplaba en las butacas del teatro, y en misa repartía codazos para disponer de más sitio.

no sabes lo que es sentir la brisa matinal en las mejillas porque te has acostumbrado al aire viciado de la cervecería y del círculo; no gozas con el sol porque vives la mayor parte de la vida con luz artificial; te repugna el caminar porque has estado demasiado tiempo tendido en las butacas... Pero yo soy otra cosa... yo he nacido en el campo; el sol me conoce y las nubes también y las piedras y los abrojos... Para es un gran disgusto que no seas cazador.

Tristán no quiso ir al teatro a primera hora: se reservaba conocer el éxito del primer acto para salir de casa. Clara le acompañaba, resuelta a no participar de las emociones del estreno. Si la obra tenía buen éxito ya la vería al día siguiente. En cambio Elena y la condesa de Peñarrubia, que eran ya íntimas amigas, se acomodaron en dos butacas a primera hora.

Palabra del Dia

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