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«Deben de ser dos», pensó el Magistral, que cada vez que veía al animalucho encima sentía un poco de frío en las raíces del pelo. La noche estaba hermosa, acababan de desvanecerse las últimas claridades pálidas del crepúsculo.

Momaren, aislado en su palacio, no era accesible á las averiguaciones de los periodistas.... Pero al día siguiente todo este misterio iba á desvanecerse, como ocurre en los grandes sucesos que interesan al público. Sin embargo, al despertar ocho horas después los habitantes de la ciudad, ni uno solo se acordó del poeta célebre ni del Padre de los Maestros.

Unicamente, como signos especiales de su persona, distinguía las suelas de su elegante calzado, dos pequeñas lenguas claras que se destacaban sobre la corola negra de su falda. También veía la blancura de su nuca estremeciéndose de vez en cuando, como si quisiera repeler el enroscado velo de luto. Sintió desvanecerse el rencor que le había hecho desear este encuentro. ¡Pobre mujer!

Este desmayo terrenal era, según creían, sólo otra faz de la fuerza celestial del ministro; ni se hubiera tenido por un milagro demasiado sorprendente contemplarle ascender en los espacios, ante sus miradas, volviéndose cada vez más transparente y más brillante, hasta verle por fin desvanecerse en la claridad de los cielos. El ministro se acercó al tablado y extendió los brazos.

La entrada de los huelguistas, la incertidumbre de lo que podría resultar de esta aventura, le habían distraído durante algunas horas, haciéndole olvidar sus asuntos. Pero ahora, finalizado el suceso, sentía desvanecerse su excitación nerviosa y que el cansancio se apoderaba de él. Pensó por un momento en retirarse a su hospedaje.

Después de cerrar su ventana Torrebianca, molestado por la curiosidad de la muchedumbre, se había ocultado en su dormitorio para no salir hasta la mañana siguiente muy temprano, antes de que Elena despertase. El día tocaba á su fin y Federico aún no había vuelto. ¿Qué debía pensar ella de todo esto?... Pero su inquietud no tardó en desvanecerse.

Miguel Fedor, al firmar la escritura de venta, creyó que abdicaba de todo su pasado. El prestigio novelesco de su existencia iba á desvanecerse; el palacio de las Mil y una noches se convertía en un hospital... ¡Qué mundo! Los millones ingleses le proporcionaron un año de tranquilidad.

En suma, doña Mencía se humanó, se apiadó del aislamiento de su cautivo, y, en vez de dejarle comer solo en la torre en que vivía, le convidó a comer a su mesa. Con este trato familiar y diario, doña Mencía dio por seguro que pronto acabarían por desvanecerse las ilusiones algo malsanas que había concebido; pero, por desgracia, aconteció muy al revés de su buen propósito y honradísimo intento.

Nada se había escapado a su penetración y a su sabiduría; su poder de investigación le daba el don de la clarividencia, y casi le igualaba con el propio Dios. »El se enjugaba mientras tanto la sudorosa frente, sintiendo desvanecerse su última esperanza. Afirmábase en su ánimo la convicción que tenía de no haberse equivocado.

Un tinte lívido invadió su cara enflaquecida y afeitada, sus ojos se agrandaron asustados como á la vista de un espectro, tembló con todos sus miembros y, las manos juntas, los labios balbucientes, dijo muy bajo, como si temiera hacer desvanecerse aquella dichosa visión: ¡Cristián! ¡Cristián! ¿Es posible? ¡Cristián!