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Esta abstracción, en cuya virtud los personajes, sin cualidades propias, se muestran como simples representantes de facultades generales del alma, había de perjudicar naturalmente á la verdad y á la vida, que han de adornar esos mismos personajes, para realizar por completo la idea del drama.

De dos en dos, á un punto, concertaron, Que acudan á herir á cada uno De aquellos mas valientes que forjaron Aqueste rebelion tan importuno: Y todos juramento se tomaron Sobre un libro misal, muy de consuno, De morir, ó matar con propias manos Al bravo Venialbo, y los tiranos.

Cada especie tiene su fisonomía especial, sus costumbres propias y su manera de ejecutar un trabajo, por más que todas tengan siempre un punto de contacto, menos el punguista, que es siempre el empresario de mismo.

Durante el sueño, que debió de ser largo y no tranquilo, antes bien agitado por las imágenes y pesadillas propias de la excitación de mi cerebro, sentía el estruendo de los cañonazos, las voces de la batalla, el ruido de las agitadas olas.

Descubrir el modo y la razón de ser propias de los hechos y de las cosas era imposible.

Nunca entraba sereno al aula, con las reservas y la gravedad propias del maestro, sino a saltitos acompasados, refregándose las manos, si hacía frío, o abanicándose con una pantalla de paja, si hacía calor.

En fin, amigo mío, haciéndome justicia con tus propias palabras, en el mundo estoy como el pez en el agua. Con que á Madrid me vuelvo.

Ana que se dejaba devorar por los ojos grises del seductor y le enseñaba sin pestañear los suyos, dulces y apasionados, no pudo en su exaltación notar el amaneramiento, la falsedad del idealismo copiado de su interlocutor; apenas le oía, hablaba ella sin cesar, creía que lo que estaba diciendo él coincidía con las propias ideas; este espejismo del entusiasmo vidente, que suele aparecer en tales casos, fue lo que valió a don Álvaro aquella noche.

Las pobres, sirven de pasto á todo el mundo, mientras que para propias no tienen otro alimento que la vida poco orgánica, vaga aún, los átomos flotantes del mar. Ellas los entorpecen, los eterizan, por decirlo así, y los chupan sin hacerles sufrir. Carecen de dientes: no están armadas, ni tienen ninguna defensa.

No es, por cierto, aquel gallardo jovencito sensitivo que al conocer a Elena Stannard, quedó trémulo y sin voz como el Dante de la Vita Nuova.... Es el hombre que ha sufrido ya, que conoce por sus propias desgarradas carnes cómo hieren las asperezas de la vida. En el primero, el artista parece haber querido hacer una cabeza simbólica.