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«¡El ateo! Aunque todos le tenían por inofensivo, creían los más en su maldad ingénita y en una misteriosa superioridad diabólica. Y aquel diablo, aquel malhechor se arrojaba a los pies del señor espiritual de Vetusta.... ¡Oh! ¡qué gran efecto teatral!... No, no sería él bobo, su madre tenía razón, había que sacar provecho.... Y después, aquello no era más que una preparación para otro triunfo más importante; ¿no se había dicho que hasta la Regenta le abandonaba? Pues ya se vería lo que iba a hacer la Regenta...». Don Fermín se ahogaba de placer, de orgullo; se le atragantaban las pasiones mientras don Pompeyo tosía, y entre esputo y esputo de flema decía con voz débil: Puede usted creer... señor Magistral... que ha sido un milagro esto... , un milagro.... He visto coros de ángeles, he pensado en el Niño Dios... metidito en su cuna... en el portal de Belem... y he sentido una ternura... así... como paternal... ¡qué yo!... ¡Eso es sublime, don Fermín... sublime.... Dios en una cuna... y yo ciego... que negaba!... pero dice usted bien.... Yo me he pasado la vida pensando en Dios, hablando de

canta el laude pascual; no más duelo, no más lágrimas, no más pesados dolores. Y dice la voz inaudible de los coros angélicos: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntadTodo es paz y todo es contento en el valle de lágrimas.

Los pastores cantaron nuevos villancicos, alternando con los coros de niños que acompañaba el órgano. El cura, una vez concluido el oficio, vino a hacer en lengua vulgar , delante del concurso, la narración sencilla del Evangelio sobre el nacimiento de Jesús.

En la segunda víspera de Navidad se representaba el suplicio de San Esteban, y en la octava de los Inocentes una farsa burlesca, en la cual enmudecían los coros de mancebos, dirigiendo uno las funciones, que costeaba el arzobispo . Es probable que tales usos, peculiares á una ciudad catalana, fuesen comunes á las demás de España de la misma época.

En su principio aparece envuelto en vestiduras extrañas, y en cuanto nos es dable investigar sus orígenes y sucesivo desenvolvimiento, sólo hallamos su germen en los cantos ditirámbicos y en los himnos de los báquicos coros. Esta forma lírica admite después improvisados monodios y diálogos narrativos, que se intercalan para introducir cierta variedad, y romper la monotonía de los cantos del coro.

Donde la intendenta le llevó mucha ventaja fue en la mímica: Anita era una consumada actriz, mientras el tío Manolo se movía poco y con trabajo en la escena. El acto de Lucía comenzó igualmente muy bien: los coros, contra lo que se esperaba, estuvieron bastante acertados: Rivera dijo sus primeras frases de indignación con buen éxito: el concertante tampoco salió mal.

Estaba muy animado aquella noche. Sus ojos brillaban al hablar. Recitaba en alta voz pasajes de la tragedia e intentaba cantar los coros. Más de una vez creyose obligada su sobrina a hacerle callar: ¡Tío, tío! Yo atribuía aquella fiebre, aquella exaltación, a un puro entusiasmo lírico.

Su historia estaba escrita en lengua latina, francesa, alemana, toscana y castellana: esto fué prosa, ahora sale en verso; V. lo lea por mía, porque no es impresa en Sevilla, cuyos libreros, atendiendo á la ganancia, barajan los nombres de los poetas, y á unos dan sietes y á otros sotas; que hay hombres que por dinero no reparan en el honor ajeno, que á vueltas de sus mal impresos libros venden y compran: advirtiendo que está escrita en estilo español, no por la antigüedad griega y severidad latina; huyendo de las sombras, nuncios y coros, porque el gusto puede mudar los preceptos como el uso los trajes y el tiempo las costumbres.» ¿Se prohibiría acaso la representación, por que haya en ella alusiones al fin de D. Carlos?

Cuando te levantas te saluda el comun desasosiego; mas mis quietudes santas no tienen el bullicio de ese fuego. Mis arroyos sonoros mudos me cantan en distintos coros. . . . Las perlas, los diamantes, sin esta joya de mayor tesoro, son riquezas errantes. Necio es el hombre que idolatra el oro; que el sosiego del alma es de esta vida victoriosa palma.

18 Simei hijo de Ela, en Benjamín; 21 Y Salomón señoreaba sobre todos los reinos, desde el río de la tierra de los filisteos, hasta el término de Egipto; y traían presentes, y sirvieron a Salomón todos los días que vivió. 22 Y la despensa de Salomón era cada día treinta coros de flor de harina, y sesenta coros de harina.