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No se acostumbraba a la metrópoli arzobispal. Ahogábanle las altas tapias verdosas, los soportales angostos, los edificios de lóbrego zaguán y escalera sombría, que le parecían calabozos y mazmorras. Fastidiábale vivir allí donde tres gotas de lluvia meten en casa a todo el mundo y engendran instantáneamente una triste vegetación de hongos de seda, de enormes paraguas.

El viento soplaba más recio en la travesía de Santa Bárbara que en ningún otro paraje de la población. Esta vía, abierta entre el palacio del obispo y las tapias de un patinejo de la catedral, donde viene a caer la cadena del pararrayos, pasa a su terminación por debajo de un arco y forma lóbrego recodo en que el huracán se encalleja y clama y se lamenta en noches tan infernales como la presente.

Y esto sucede a doscientos pasos de la Universidad.... Y yo llevo veinte años en la Universidad sin haberme enterado.... Este hombre desconcertante e inaudito, ¿es un humorista? ¿Es un genio lóbrego, en bruto, como la piedra diamante escondida en el seno de la tierra? ¿Es un loco?» Y el buen Estudiantón se hacía un lío.

Y de nuevo en abrazo tembloroso sus agitados senos se juntaron, y en un beso infinito, silencioso, la amante esposa, el delirante esposo, de nuevo el pacto de su amor sellaron. Y ella le rechazó, que ya el estruendo más cerca y más distinto se sentia; y él, apenado, de dolor gimiendo, rápido se alejó, despareciendo por el lóbrego seno de la umbría.

La mula casi tocaba con las orejas el techo, y parecía más enorme, disparatadamente grande, en su mezquino albergue. Maltrana pensó en los milagros de la costumbre, en la agilidad de aquel animal para deslizarse todos los días por el pasadizo lóbrego, en el que apenas cabía un hombre.

La plateada serpentina de los rios caudalosos, la inmensidad de los mares han cautivado siempre mi imaginacion y mis sentidos: partamos: quiero bañarme en las aguas de ese rio en que cayó roto y ensangrentado el manto de los califas, quiero surcar ese Océano sin fondo, bajo cuyas olas supusieron los poetas de la antigüedad el lóbrego reino de Pluton, las vastas profundidades del infierno. ¡Córdoba, Sevilla, Cádiz! ¡qué de recuerdos han agrupado alli los siglos! partamos: llevadme á estas ciudades llenas, como decís, de arte, de historia, de poesía.

Su sueño fué de una sola pieza, lóbrego y completo, sin sobresaltos ni visiones. Cuando creía que sólo iban transcurridos unos minutos, despertó violentamente, lo mismo que si alguien le empujase. En la sombra se destacaba el vidrio redondo del tragaluz, tenuemente azul, velado por la humedad del rocío marítimo, lo mismo que una pupila lacrimosa. Estaba amaneciendo.

Carmencita, incapaz de bajar de un solo paso desde el cielo rútilo y floreciente hasta el lóbrego comedor de la casona, se deslizó hacia su dormitorio para recogerse un momento y componer su semblante transfigurado. Iba casi a tientas por salas y pasillos penumbrosos, a los cuales la luna se asomaba un poco por las vidrieras desnudas.

Parecía imposible que los hombres no se diesen cuenta de esta gran verdad y se agitaran en eterna noche, creyendo hacer cosas nuevas al resplandor de ilusiones que surgen diariamente, como surge el gran engaño del sol para acompañarnos por el infinito, que es lóbrego y a nosotros nos parece azul y radiante de luz... Cuando Febrer pensaba esto, el sol se había ocultado ya.

Siguió adelante por el lóbrego camino, andando silenciosamente, como hombre que conoce el terreno á ciegas y por prudencia desea no llamar la atención. Según se aproximaba á su barraca sentía mayor inquietud. Este era su distrito, pero en él estaban sus más tenaces enemigos.