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A partir de este momento, el ingeniero creyó haber caído en un mundo irreal, en una vida distinta de la ordinaria. Los hechos se sucedieron con una rapidez desconcertante. Se vió hablando con un oficial que corría á lo largo de la cubierta dando gritos á los marineros para que echasen los botes al agua.

Y por todas partes se veían en la sombra personas que se buscaban unas a otras, que se daban la mano, que se abrazaban. Otros gritaban al mismo tiempo: «¡Niclau! ¡Sapheri!», pero no obtenían respuesta. Aquellas voces se repetían hasta volverse roncas, balbucientes, y, por último, cesaban. La alegría de los unos y la consternación de los otros producían un efecto desconcertante.

Los corales, filtrando el agua á través de sus cuerpos blanduchos y mucosos, solidificaban sus duros esqueletos, para convertirse al final en islas habitables. Los seres de una diversidad desconcertante que flotaban, rampaban ó coleaban en torno de Ferragut no eran mas que agua oceánica.

Miró a Nélida con una fijeza desconcertante; pero ella, en vez de mostrar turbación, avanzaba el rostro y abría la fresca boca riendo con todo el esplendor de sus dientes, como si se burlase de las angustias del pobre Emir. Pero su imparcialidad de muchacha experta en la apreciación y descubrimiento de los méritos varoniles, por ocultos que estuviesen, hizo justicia al árabe.

Allí, la luz de la luna al pasar por los cristales del techo, daba a toda la sala desconcertante aspecto de cueva sepulcral. ¡Qué transformación la de aquella alcoba donde había pasado tantas horas lascivas e indolentes! La puerta que daba al salón de los divanes no estaba del todo cerrada. ¡Con qué valeroso contento advirtió, hacia el rincón obscuro, el trazo de luz!

Y esto sucede a doscientos pasos de la Universidad.... Y yo llevo veinte años en la Universidad sin haberme enterado.... Este hombre desconcertante e inaudito, ¿es un humorista? ¿Es un genio lóbrego, en bruto, como la piedra diamante escondida en el seno de la tierra? ¿Es un loco?» Y el buen Estudiantón se hacía un lío.

Un gran país continuó Nélida . Allí únicamente se vive. ¿Y no quieres llevarme? ¡Tan dichosos que seríamos los dos!... Di, ¿por qué no quieres? Fernando quedó indeciso. No sabía qué contestar a esta loca, de una amoralidad desconcertante. Era inútil exponer razones de honor, hablar de su dignidad, que no podía adaptarse a este género de existencia. Jamás llegaría a entenderle.

Un mutismo desconcertante y lágrimas misteriosas era todo lo que él había podido conseguir con sus declaraciones de amor. ¿A qué empeñarse en conquistar lo que a todos parecía imposible? ¿Por qué seguir la lucha sorda con toda la isla, por una mujer que aún no sabía él ciertamente si le amaba?

Para don Amaranto, el dramaturgo es el que penetra en el drama individual; y el filósofo, el que se aleja de él. Para Escobar, el que penetra en el drama es el filósofo, y el dramaturgo es el que permanece a distancia. ¡Desconcertante disparidad y contraposición de los humanos pareceres! La doctrina de don Amaranto es refutable, y no menos defendible; y otro tanto la de Escobar.

La mujer volvió a mirar con insistencia desconcertante a la viajera y después de una pausa dijo: Bueno... iré a prevenirle... ¿A quién debo anunciar? No anuncie usted a nadie: quiero darle una sorpresa. Entonces el semblante de la tendera reflejó la sorpresa, la duda y la alegría al mismo tiempo. ¿Sería usted por ventura, señorita, su hermana, la hermana de quien tantas veces nos habla?