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Su sorpresa fué, pues, desagradable, cuando sintió que le tocaban en el hombro y vió á su lado la fisonomía alterada de Mauricio. Más por muy amortiguadas por la alegría que estuviesen sus desconfianzas, tuvo enseguida el presentimiento de que alguna cosa anormal había ocurrido y apartándose con su hijo algunos pasos, preguntó: ¿Qué hay? Venga usted conmigo y lo sabrá.

Le estaba vedado por lo tanto contraer justas nupcias. Pero no pensaba que le estuviesen vedadas igualmente las injustas. En todo el valle no existía hombre más enamorado ni que poseyese armas amorosas de más alcance. Sus conquistas se contaban por docenas. Habitaba en el caserío de Iguanzo, del lado de allá del río, frente por frente de Entralgo.

El Mediterráneo estaba tranquilo, y una brisa tibia y deliciosa rizaba sus menudas olas, cual si millones de ondinas estuviesen peinando y encrespando suavemente la inmensa cabellera del gigante dormido. Las barcas pescadoras vagaban dispersas, pareciendo de léjos como gaviotas errantes rozando apénas las espumas trasparentes y azulosas que el juego de las ondas producía.

Al desaparecer todos por la escalera del sollado, el de la comisaría habló a Ojeda en voz baja. Una hora después, cuando los emigrantes estuviesen encerrados, vendría el carpintero para meter el cadáver en el cajón. No había que esperar, como otras veces, las horas reglamentarias. Cuanto más pronto saliesen de esto, sería mejor.

Sosiégate; tu marido está fuera... Idos, muchachas añadió, dirigiéndose á las dos amigas. Dejadme solo con la enferma, á ver si logro que se sosiegue. Clara y Lucía, como si estuviesen allí clavadas, no se movieron. Doña Blanca prosiguió: Ten valor y mátame. Tu honra lo exige. Es necesario que mates también al Comendador. Está condenado. Se irá al infierno y me llevará consigo.

Resonaba un lejano estrépito, como si dos flotas enemigas se estuviesen cañoneando detrás de la cortina de bruma del horizonte, aproximándose con ésta. Las láminas de agua mansa, tersas como cristales entre los escollos y la costa, empezaron a temblar con las ondulaciones excéntricas de las gotas de lluvia. A pesar de esto, el solitario no se movió.

»El doctor, la señora Braun y yo, nos relevamos por turno en compañía de una enfermera que nos ayuda a cuidar a Magdalena. A pesar de sentirme rendido de pena y de cansancio, reclamé mi derecho y el señor de Avrigny, se retiró sin hacer la menor observación. »Poco después, Magdalena se ha dormido con un sueño tan tranquilo como si sus días no estuviesen ya contados.

Se puso colorado hasta las orejas, como si por el agujero de aquel buzón le estuviesen mirando los ojos burlones de todos los vecinos de Sarrió; y se apresuró a meter los dedos en él por ver si aún podía atrapar el malhadado sobre. Nada. Se lo había engullido con la voracidad de un tiburón, y lo estaba ya digiriendo.

Ya, en esto, amanecía, y si los muertos los habían espantado, no menos los atribularon más de cuarenta bandoleros vivos que de improviso les rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuviesen quedos, y se detuviesen, hasta que llegase su capitán.

Y así me parece que de las utilidades de todos los pueblos se sacasen dos y medio por ciento, y repartirlas en este forma: al gobernador medio por ciento de lo que rindiesen todos los pueblos, con más el dos por ciento restante de los pueblos que estuviesen sólo a su cuidado; y a los subdelegados el dos por ciento de lo que produjesen los de su inmediato cuidado.