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Vd. me ha enseñado a analizar lo que el alma siente, a buscar su origen bueno o malo, a escudriñar los más hondos senos del corazón, a hacer, en suma, un escrupuloso examen de conciencia.

Tendido boca arriba en el césped, contemplaba sin pestañear el firmamento, sumergiendo la mirada en sus profundos senos azules, pensando algunas veces descubrir detrás de ellos algún inefable misterio. Aquella posición le mareaba al cabo.

Los montes Tres Reyes y el Kaladis ó Lapiranan, terminación de una de las estribaciones hacia el S. de la cordillera principal que de E. á O. corre la isla de Mindanao, dominan la costa occidental del seno de Dumanquilas. Senos de Tantanang y de Tumalung.

La Dama de las Sombras coquetea con los siete Mancebos del Pecado, que, por sus ojos verdes, andan a estocadas en las desiertas callejuelas. Pero ella me prefiere a , pobre poeta nocturno y lunático, y me da su boca amarga y sus senos magníficos de dogaresa artista, sensual y dramática.

De los profundos senos líquidos de aquel infinito salía una música grave, pero insinuante, que empezó a sonar como caricia paternal en los oídos de nuestros jóvenes. El gran desierto de agua cantaba y vibraba en los espacios como el eterno instrumento del Hacedor. La brisa que de sus olas llegaba tenía una frialdad grata que les refrescaba las sienes y las mejillas.

Los ámbitos del lago quedaron iluminados, y los líquidos senos del monstruo se estremecieron levemente al recibir la caricia del astro de la noche. Allá entre la juncia de la orilla oyóse la voz dulce y aflautada de un sapo. Pedro bajó lentamente, apoyándose con las manos en las rocas hasta tocar con sus pies en los bordes del agua, y permaneció inmóvil.

Añadid á todo eso los silbidos de la locomotiva de algun vapor que atraviesa el lago, despertando los ecos de aquellos senos de granito y proyectando entre el cielo y las ondas su blanquísimo penacho de humo, y tendreis el cuadro completo que estimulaba nuestra admiracion.

Si con su sencillez de aldeano perdía la brújula á la superficie del mundo, ¿qué le sucedería surcándole por lo más hondo de sus tempestuosos senos?

Una concha de nácar era su carroza, y seis delfines tiraban de ella con jaeces de purpúreo coral. Los tritones, sus hijos, llevaban las riendas. Las náyades, sus hermanas, golpeaban el mar con las escamosas colas, irguiendo sus troncos de mujer envueltos en la magnificencia de una cabellera verde, entre cuyos bucles asomaban las copas de los senos con una gota temblona en el vértice.

Confidencias Mucho de lo que voy a escribir ha de parecerte singular y raro, pero apenas hay en ello otra rareza que la sinceridad con que yo lo digo. Como poseedora de un maravilloso instrumento óptico, escudriñaré cuanto se oculta en los más hondos senos de mi alma y te lo contaré todo. Lo contaré en resumen para no cansarte ni cansarme.