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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Contra lo que Salvador esperaba y temía, Navarro se dejó llevar, y después de instalado en vivienda tan distinta del lóbrego y tristísimo hospital en que antes moraba, su exaltación se trocó en abatimiento y su aspereza en indiferencia, no exenta en algunos instantes de suavidad y aun de discretas y sosegadas razones.

En su cara arrugada de manzana vieja parecían liquidarse las cuencas de los ojos. Aquel antro ahumado y lóbrego en medio de los pinares podía embellecerse con la presencia de Margalida.

En aquel entonces se encontraba sostenida por una tensión sobrenatural de los nervios y toda la energía batalladora de su carácter, que la ayudaban á convertir aquella escena en una especie de lóbrego triunfo.

Chillaba la garrucha del pozo, saltaba ladrando de alegría junto á sus faldas el feo perrucho que pasaba la noche fuera de la barraca, y Roseta, á la luz de las últimas estrellas, echábase en cara y manos todo un cubo de agua fría sacada de aquel agujero redondo y lóbrego, coronado en su parte alta por espesos manojos de hiedra.

Siguieron los tres adelante, atravesaron algunas habitaciones, y al fin doña Ana se detuvo en un patinillo lóbrego. Llovía con abundancia, y empapado por la lluvia, estaba en el centro del patinillo el cadáver del sargento mayor. Doña Ana le señaló con terror. ¿Veníais en busca de ese cadáver? dijo el duque. ; , señor contestó el alcalde.

Con el cuerpecillo cubierto de pelos y algo de cascarón adherido aún á semejante parte, corren alrededor de su madre, asombrados de todo: del cielo, de la luz, del aire, dándose el parabién por haber sabido escapar de aquel lóbrego huevo donde los tenían encerrados contra toda justicia y razón. Los patitos ven un charco, sienten bullir en su mente el genio de Colón, y zás... al agua.

Vibró dolorosamente su cuerpo de pies a cabeza, próximo a estallar; le zumbó el cráneo cual si reventase; una mortal angustia contrajo su pecho... y cayó en un vacío lóbrego e interminable, con la inconsciencia del no ser.

El sitio nada importa: ciprés, laurel o lirio, cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio, lo mismo es, si lo piden la patria y el hogar. Yo muero cuando veo que el cielo se colora y al fin anuncia el día tras lóbrego capúz: si granas necesitas para teñir tu aurora, ¡vierte la sangre mía, derrámala en buena hora, y dórela un reflejo de su naciente luz!

Vino la noche, y los vidrios se obscurecieron, tomando tintas suaves y misteriosas. La gran nave quedó por fin en completa sombra; mas en lo alto de sus muros velaban, como espectros de moribundo resplandor, las pintadas efigies de cristal. En el centro del lóbrego santuario lucía un punto de luz: era la lámpara del altar, que como un alma despierta y vigilante oraba en el recinto.

Tan lóbrego era el salón donde habían entrado Quevedo y Montiño. Quevedo había pedido un almuerzo frugal; esto es, una empanada y vino. Montiño había guardado un profundo silencio. Quevedo se había ocupado en estudiar la fisonomía de Montiño. Había acabado por comprender que en aquellos momentos el cocinero mayor no estaba en el completo uso de sus facultades.

Palabra del Dia

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