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Acababa de pasar frente á su barraca y había visto luces por la puerta abierta... Luego había oído gritos de desesperación; el perro aullaba.... El pequeño había muerto, ¿verdad? Y el padre allí, creyendo estar sentado en un ribazo, cuando en realidad donde estaba era con un pie en el presidio. Así se pierden los hombres y se disuelven las familias.

La familia seguía detrás, manifestando con gestos y palabras confusas la impresión que le causaba tanta miseria, pero en línea recta hacia la destrozada barraca, como quien toma posesión de lo que es suyo. Pepeta no quiso ver más. Ahora que corrió de veras hacia su barraca.

De aquí las exclamaciones de asombro y el gesto de rabia de toda la huerta cuando Pimentó, de campo en campo y barraca en barraca, fué haciendo saber que las tierras de Barret tenían ya arrendatario, un desconocido, y que «él»... «¡élfuese quien fuese estaba allí con toda su familia, instalándose sin reparo... «¡como si aquello fuese suyo

Batistet, cuando no había labor en el campo, buscaba ocupación yendo á la ciudad á recoger estiércol. Quedaba la chica, una mocetona que, terminado el arreglo de la barraca, no servía para gran cosa, y gracias á la protección de los hijos de don Salvador, que se mostraban contentísimos con el nuevo arrendatario, acababa de conseguir que la admitiesen en una fábrica de sedas.

Discutimos varios días un plan, hasta que llegamos a aceptar uno. Consistía éste en hacer un agujero en el muro de la barraca donde dormíamos, para salir a cubierta. De aquí había que subir a la toldilla, que ocupaba casi la mitad posterior del barco, descolgarnos por las galerías de la cámara del comandante con una cuerda, y echarnos al mar.

Rosario se animó con la conversación; parecía rejuvenecerse junto á esta amiga de la niñez. Sus ojos, antes mortecinos, chispearon al recordar el pasado. ¿Y su barraca? ¿Y las tierras? Seguían abandonadas, ¿verdad?... Esto le gustaba: ¡que reventasen, que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador!... Era lo único que podía consolarla.

El padre, siempre silencioso é impasible, recibía las visitas, estrechaba manos, agradecía con movimientos de cabeza los ofrecimientos y las frases de consuelo. Al cerrar la noche no quedaba nadie. La barraca estaba obscura, silenciosa. Por la puerta abierta y lóbrega llegaba como un lejano susurro la respiración cansada de la familia, todos caídos, como muertos de la batalla con el dolor.

Como venía cansado, bien pronto comencé a bostezar; me tendí sobre el lecho, envuelto en mis pieles, hice la señal de la cruz y me dormí pensando en los brazos blancos de la generala y en sus ojos verdes de sirena. Sería la media noche, cuando me despertó un rumor lento y sordo que envolvía la barraca, como un fuerte viento en una arboleda o una mar gruesa batiendo un paredón.

Pasan doscientos años, la pobre casa de los Pilares no puede con el peso de los infinitos y memorables acontecimientos de que fué teatro durante dos siglos; aquella pobre casa amenaza ruina en el reinado de Francisco I, y el Cabildo de Paris, que habia dejado la barraca del Sena para ocupar la casa de los Delfines, concibe ahora el pensamiento de derribar la antigua casa de los Delfines, para levantar un palacio que corresponda á la importancia de la corporacion y de la ciudad.

Y como toda la huerta pensaba así, en vano al día siguiente de la riña pasaron y repasaron por las sendas dos charolados tricornios, yendo de casa de Copa á la barraca de Pimentó para hacer preguntas insidiosas á la gente que estaba en los campos.