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Tenía los ojos hinchados por una humedad lacrimosa que hacía brillar sus córneas. Juraba entre dientes, protestando contra la próxima separación... ¡No verse más, después de tantos años de fraternidad!... ¡Cristo!... El capitán tuvo miedo también á que saltasen sus lágrimas, y le ordenó que fuese á hacer las cuentas de los hombres á bordo.

Ya han hollado mis pies muchas espinas, y aunque avanzo llorando en mi camino, sólo encuentro doquier sombras y ruinas, tristes, como las tintas vespertinas, y obscuras, cual la voz de mi destino. ¿Qué me resta sufrir?... En mi amargura, ¿Dónde tender la vista lacrimosa sin que encuentre mi propia desventura? ¡oh!... ¿Como descansar de esta tortura el alma que no vive ni reposa?

Y Andresito, como si se viera ya vestido de blanco, errante por poética selva, con el pelo cortado en flequillo y los brazos cruzados sobre el pecho, canturreaba con voz dulce y lacrimosa: «Spirito gentil...»

Y el buen payés, con su mirada lacrimosa, parecía besar al herido, acompañándole en esta caricia muda las dos mujeres, que, encogidas junto a la cama, pretendían devolverle la salud con sus ojos. Esta mirada de cariño y de zozobra dolorosa fue lo último que vio Febrer.

Por fin... gracias á Dios... acercósele un pobre. «Toma hombre, toma: ¿dónde diablos os metéis esta noche? Cuando no hacéis falta, salís como moscas, y cuando se os busca, para socorreros, nada ...» Apareció luego uno de esos mendigos decentes que piden, sombrero en mano, con lacrimosa cortesía. «Señor, un pobre cesante. Tenga, tenga más.

Doña Pepa había muerto, y Labarta, sacudiendo la modorra lacrimosa de su abatimiento, la despedía con un largo cántico. Ulises pasó los ojos por el recorte de periódico que iba dentro de la carta conteniendo los últimos versos del poeta. Eran versos en castellano. ¡Malo!... Después de esto, resultaba indudable su próximo fin. No tuvo ocasión de verle otra vez: murió estando él de viaje.

Su sueño fué de una sola pieza, lóbrego y completo, sin sobresaltos ni visiones. Cuando creía que sólo iban transcurridos unos minutos, despertó violentamente, lo mismo que si alguien le empujase. En la sombra se destacaba el vidrio redondo del tragaluz, tenuemente azul, velado por la humedad del rocío marítimo, lo mismo que una pupila lacrimosa. Estaba amaneciendo.

¡Usté ya no más cuidado con mi viuda y mis huérfanos! suplicaba el crédulo con voz más lacrimosa todavía. El infeliz ya se veía acribillado de balas y enterrado.

Gentes que se habían mirado al principio de la travesía con notoria hostilidad se lamentaban de esta separación. «¡Tanto como hemos simpatizado!... ¡Tan buenos ratos que hemos vivido juntos!...» Las damas, que en los primeros días del viaje se mantenían por orgullo nacional en diversos grupos enemigos, despedíanse ahora con una tristeza casi lacrimosa.

Con bolas, flechas, dardos y macanas, La guerra aquí se hizo lacrimosa: El Cristiano que sus fuerzas vanas, Y ser la resistencia peligrosa. Dejando su miseria en las sabanas, Los pies pone el que puede en polvorosa, Y al bergantin se acoge de corrida, Por escapar si puede con la vida.