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Pero el desvelo acerca al punto la mano fría de la realidad, y toda ilusión desaparece; así, mis sueños huyen, y con ellos la credulidad mía; si me juzgas crédulo, ¡oh, hermosa Híala, cuán crédula eres!

-Mala me la Dios, Sancho -respondió el bachiller-, si no sois vos la segunda persona de la historia; y que hay tal, que precia más oíros hablar a vos que al más pintado de toda ella, puesto que también hay quien diga que anduvistes demasiadamente de crédulo en creer que podía ser verdad el gobierno de aquella ínsula, ofrecida por el señor don Quijote, que está presente.

Capítulo XVI Donde se prosigue la demostración de que el amor puede hacer astuta a la engañada y crédulo al engañador La carta confiada por don Juan a Julia y leída con avidez por Cristeta, decía lo siguiente: « que no tengo derecho a pedirte nada, ni lo merezco, pero es necesario que hablemos una sola vez; cinco minutos, donde quieras. Puedes escribirme a mi casa con entera confianza.

Si el indio puro de las alti-planicies andinas es, á pesar de su ignorancia, dulce y humilde, y la astucia constituye su fuerza moral; si el llanero de las pampas granadinas, criado en las soledades y en medio de los peligros, pero rodeado de un horizonte infinito, es no obstante su barbarie un sér eminentemente heróico, poético en sus instintos, galante, cantor, espiritualmente fanfarron, crédulo y generoso, el boga del bajo Magdalena no es mas que un bruto que habla un malísimo lenguaje, siempre impúdico, carnal, insolente, ladron y cobarde.

Por la noche, los hombres de la gañanía contemplaron en silencio las manipulaciones de las dos brujas en torno de un puchero puesto a la lumbre, con ese respeto crédulo de las gentes del campo por todo lo maravilloso. La enferma bebió humildemente el cocimiento y recibió sobre el pecho el emplasto, manejado misteriosamente por las dos viejas, como si contuviese un poder sobrenatural.

Garcilaso, el menos crédulo de sus contemporáneos, no ha podido sustraerse de este embeleso; ya exagerando la sabiduria de las antiguas instituciones del Perú; ya sus tesoros, ya la fecundidad de su territorio.

¿Ja? ¡Rayo! exclamó Chichoy, buscando con los ojos un arma y no viendo ninguna, cogió su soplete. El maestro se sentó; le temblaban las piernas. El crédulo ya se veía degollado y lloraba de antemano por la suerte de su familia. ¡Ca! dijo el escribiente; ¡degüello no va á haber! El consejero del é hizo una seña misteriosa está por fortuna enfermo. ¡Simoun! ¡Ejem, ejem, ejjjem!

Pues sencillamente; inventa los pasquines, aprovechándose de la cuestion de los estudiantes, y mientras todo el mundo está alborotado, ¡pum! ¡unta á los empleados y pasan las cajas! ¡Justo, justo! exclamó el crédulo pegando un puñetazo sobre la mesa. ¡Justo! Por eso palá el chino Quiroga... ¡por eso! Y tiene que callarse no sabiendo qué decir del chino Quiroga.

Así como todo lector cándido y crédulo podrá inferir después de leer La sima que es una abominable patulea la mayoría de los seres humanos, la lectura de otra flamante novela que tengo sobre mi mesa, y cuyo título es Nieve y cieno, puede inducir en error menos cruel, pero no menos evidente. ¿Es verosímil, es frecuente en la vida real que haya un gran conjunto de hombres y de mujeres apacibles, sencillos, virtuosos y buenos a carta cabal, los cuales vivirían feliz y honradamente en un perpetuo y almibarado idilio, si no hubiese un tirano que les impusiese su yugo, que los tratase a puntapiés y que los dominase a su antojo, como fiero y rústico pastor a rebaño manso e inerme.

En el tiempo y en el medio en que yo era niño y crédulo, la condición espiritual del niño cristiano era el del unitario en tiempo de Rosas, según la descripción de Vélez Sársfield.