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Por último, salis de la ciudad, salvando el gran foso que la protege, y á un nivel muy superior os encontrais sobre los malecones de los diques, sorprendido por la grandiosidad del océano y la singularidad del cuadro social que teneis á la vista.

Pues estamos frescas, dijo la lavanderilla; si después de lo que hemos pasado para encontraros, y siendo vos el único que podéis traducir esa enmarañada carta, salís ahora con que no queréis traducirla.

Borrosas memorias de la infancia, primeros latidos de la juventud, amarguras, goces conseguidos, deseos frustrados, proyectos rotos, espejismos que finge la ambición, retazos de lo pasado y visiones de lo porvenir... ¡Parece que os refugiáis entre los pliegues de la almohada y que, cuando en ella reclinamos la cabeza, salís a estorbar el sueño, hermosa imagen de la nada!

Pero el aya, que ya había previsto ese movimiento, lo retuvo del brazo diciéndole: Dominad vuestra indignación, señor; si salís de esta pieza antes de oírme hasta el fin, nada podrá salvaros del deshonor y de la cárcel.

Escríbeme: dime si paseáis por la plaza al anochecer, mientras suena la fuente y el cielo se va poniendo fosco; dime si salís a las huertas y os sentáis bajo esas nogueras anchas, espesas, redondas, y veis correr el agua limpia y mansa por los azarbes; dime si las campanadas del Angelus son las mismas campanadas graves y dulces que yo he oído; dime si los azahares de los naranjos se han abierto ya y perfuman el aire; dime si las palmeras mueven mansamente sus ramas péndulas en el azul intenso...

Las ofertas llegan de quinientos hasta quinientos veinte mil francos, y vence también M. Gallard. Nueva batalla y más encarnizada por la Rozeraie; por fin salís victoriosa vos, señora, por cuatrocientos cincuenta y cinco mil francos... y yo me quedo con el bosque de la Mionne con sólo un aumento de cien francos sobre la tasación.

Por fin... gracias á Dios... acercósele un pobre. «Toma hombre, toma: ¿dónde diablos os metéis esta noche? Cuando no hacéis falta, salís como moscas, y cuando se os busca, para socorreros, nada ...» Apareció luego uno de esos mendigos decentes que piden, sombrero en mano, con lacrimosa cortesía. «Señor, un pobre cesante. Tenga, tenga más.

Salís de la estacion, y os hallais de repente, como si os mostrasen una vista de cosmorama, cerca del vasto dique del Comercio, repleto de buques mercantes de todas las naciones, pero principalmente belgas, ingleses y holandeses, cuyas cien banderas hacen un gracioso juego con las chimeneas de los vapores, los mástiles de los buques veleros y el colorido pintoresco y la estructura elegante de los edificios de la ciudad.

El desprecio que tenía 1225 De cuantas cosas miraba, Las galas que desechaba, Los papeles que rompía; El no haber de quien pensase Que mi mano mereciese, 1230 Por servicios que me hiciese, Por años que me obligase; Toda aquella bizarría Que como sueño pasó, Á tanta humildad llegó, 1235 Que por decir podría: Aprended, flores, de Lo que va de ayer á hoy; Que ayer maravilla fuí, Y hoy sombra mía aun no soy. 1240 Flores, que á la blanca aurora Con tal belleza salís, Que soberbias competís Con el mismo sol que os dora, Toda la vida es un hora: 1245 Como vosotras me , Tan arrogante salí; Sucedió la noche al día: Mirad la desdicha mía, Aprended, flores, de . 1250 Maravilla solía ser De toda la Andalucía; Ó maravilla ó María, Ya no soy la que era ayer.

Habia brindado aquel malvado rey con el saco de Córdoba al rey moro de Granada si le ayudaba á conquistarla. Accediendo Mohammed, juntáronse los ejércitos de ambos, y el castellano puso cerco á la ciudad con ochenta mil moros de á pié y siete mil de á caballo, y unos siete mil cristianos. Combatiéronla los moros con corage, y al primer asalto entraron por fuerza el castillo de la Calahorra. Pasaron el puente, abrieron seis portillos en la muralla del alcázar viejo, y por ellos penetraron en la ciudad una porcion de compañías ganando rápidamente las calles con banderas desplegadas y estruendo de lelilíes. El Adelantado D. Alonso Fernandez de Córdoba, los maestres de Santiago y Calatrava D. Gonzalo Mesía y D. Pedro Muñiz de Godoy, y otros caballeros, Córdobas y Guzmanes, estaban dentro indignados de ver que los soldados cristianos se dejaban arrollar por la morisma; y mientras se esforzaban inútilmente en contenerlos, las matronas y doncellas mas principales salieron sin tocas por las calles, dando animosos y dolientes gemidos, escitando con varonil ademan á sus hijos y esposos á la pelea. Produjo esto tanto entusiasmo, que los soldados cristianos, convertidos repentinamente en leones, cerraron con tanto brío con aquel enjambre de moros que los tenia acosados, que los obligaron á huir, arrojándose muchos por la muralla al rio para salvar la vida, y abandonando el ejército sitiador el puente y su fortaleza. Los dos coligados repitieron la embestida por separado al siguiente dia, pero en vano; y al cabo volvieron unidos sobre la ciudad, que asediaron con nuevo ardimiento. Los sitiados resolvieron salir á darles batalla, y eligieron por su general al Adelantado, á quien de derecho tocaba serlo. Juntóse un lucido escuadron de caballeros y gente ciudadana, decididos todos á morir ó vencer; pero divulgóse entre el pueblo crédulo la calumnia de que el Adelantado tramaba la entrega de la ciudad al rey de Castilla, y al salir la hueste cordobesa al puente se presentó al caudillo su madre D.ª Aldonza de Haro, y le dijo: mirad, hijo, que me dicen salís á entregar la ciudad á nuestros enemigos; recordad que en vuestro linage no ha habido traidores: no hagais menos que vuestros pasados. Y D. Alonso respondió: SE