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De repente se oyó un quejido desgarrador; un clamor de tortura que aterró á las dos mujeres, y casi en seguida se abrió la puerta y apareció el doctor, enjugándose la frente y diciendo: ¡Esto se acabó! El herido yacía sobre los almohadones, más pálido que antes y todavía inanimado. ¿Es él quien ha gritado? preguntó la señorita Guichard.

El dueño protestó: ¿para qué este destrozo inútil?... Experimentaba una tortura insufrible al ver las botas enormes manchando de barro las alfombras, al oir el choque de culatas y mochilas contra los muebles frágiles, de los que caían objetos. ¡Pobre mansión histórica!... El oficial le miró con extrañeza, asombrado de que protestase por tan fútiles motivos.

Ora por todos cuantos murieron sin ventura, por cuantos padecieron tormentos sin igual, por nuestras pobres madres que gimen su amargura, por huérfanos y viudas, por presos en tortura, y ora por , que veas tu redención final.

Cuando salieron de Madrid habían dado ya las doce de la noche. Era clara y fría como suelen serlo las del invierno en la capital de España. El disco de la luna resplandecía sobre la llanura árida que se extiende a entrambos lados de la carretera. La augusta serenidad del cielo tachonado de estrellas no logró mitigar la tortura del artista.

Según las informaciones telegráficas de Santiago de Chile, el mes pasado han perecido allí setecientos niños de menos de un año, pero todo el horror de este hecho queda fuera de los arneses mentales del hispanoamericano, como estuvieron antes fuera del alcance de sus sentimientos la tortura, la servidumbre, la esclavitud, el despotismo, la ignorancia y la miseria consecutiva.

El uno ve la verdad, el otro no; ¿y porqué? porque la verdad en este lugar es un conjunto de relaciones, entre el entendimiento, la fantasía y el corazon; es necesario desplegar á la vez todas estas facultades, aplicándolas al objeto con naturalidad, sin violencia ni tortura, sin distraerlas con el recuerdo de esta ó aquella regla, quedando el análisis, razonado y crítico para cuando se haya sentido el mérito del pasaje.

Al volver a casa presentábase el papelillo azul, que abría ella con mano trémula: «Sin novedadPodía respirar, podía dormir, como el reo al que se libra por el instante de una muerte inmediata; pero a los dos o tres días, otra vez el suplicio de lo incierto, la terrible tortura de lo desconocido.

Nunca sufrió el pobre Flimnap una tortura igual á la de escuchar á este personaje confundido entre el público y sin poder contestarle. Después de su triunfo en el templo de los rayos negros, se consideraba tan tribuno como el célebre sanador; pero aquí no era mas que un simple oyente que podía ser encarcelado si osaba alterar con sus interrupciones la calma de la majestuosa asamblea.

¡Oh, tortura espantosa! ¡Tortura realmente oriental! No podía llevarme a la boca un pedazo de pan sin recordar a los descendientes de Ti-Chin-Fú, pidiendo de comer, como pajarillos sin plumas que abren en vano el pico y pían en un nido abandonado.

Todo era ciego y duro en la inconsecuencia monstruosa de semejante familia, y para el alma delicada y dulce de Carmen iba siendo una tortura inmensa aquel vivir tormentoso, sembrado de imprecaciones y gritos, desesperaciones y codicias.