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Actualizado: 30 de junio de 2025
Otra tos le volvió á atacar al infeliz patron y los obreros ú oficiales se retiraron á sus casas, llevándose martillos, sierras y otros instrumentos más ó menos cortantes, más ó menos contundentes, disponiéndose á vender caras sus vidas. Plácido y el pirotécnico volvieron á salir. ¡Prudencia, prudencia! recomendaba el maestro con voz lacrimosa.
Y cuando entró, sollozante y lacrimosa, juntas las manos, y se adelantó hacia el cadáver, el mismo estremecimiento nervioso de antes volvió a sacudir el cuerpo del Príncipe; en su rostro volvieron a leerse aquel desfallecimiento de terror, aquel pavoroso dolor, como si la vista de una persona cara a la muerta, su presencia allí, hicieran recrudecer su tormento.
Los dos habían sido muy buenos amigos. El cochero celebraba sus picardías de animal viejo y brioso; tenía orgullo en decir que era muy bravo y sólo por él se dejaba manejar, y ahora estaba allí tendido de costado sobre el estiércol, inmóvil como carne muerta, agitando alguna vez con ronco estertor el redondo pecho y levantando un poco la cabeza para lanzar en torno suyo la mortecina y lacrimosa mirada.
Cuando se acaricia los labios con su lengua de gata, es capaz de saltar por encima del vengador de la Pampa que tanto miedo le infunde. Otra vez los ojos negros de la madre, ojos abultados y dulces, que recordaban la mirada lacrimosa de los llamados andinos, se fijaron en la hija con una severidad titubeante. «¡Nélida!», volvió a gritar.
Oía a Petra sin entender bien su palique, le molestaba el ruido de la voz aguda y lacrimosa, no lo que decía, que ya no llegaba a la atención del canónigo; quería mandarla callar, pero no podía, no podía hablar, no podía moverse.... Petra habló todo lo que quiso.
¡María de la Lú!... ¡Mariquilla!... Era el mismo acento dulce y suplicante que al verse en la reja, y sin saber cómo, volvió ella sobre sus pasos, acercándose tímidamente, fijando su mirada lacrimosa en los ojos de su antiguo novio. También él estaba triste. Una gravedad melancólica parecía darle cierta elegancia, afinando su áspero exterior de hombre de lucha. María de la Lú murmuró.
Dios no nos lo tomará en cuenta, en gracia a la buena intención. Y en el rostro de aquella mole ingente, que era el Padre Alesón, se difundía una ternura húmeda, lacrimosa, así como el sol derrite la nieve en la cima de las altas montañas.
Quedó mirando fijamente a la hermosa dama con sus ojos africanos, de una melancolía lacrimosa, que parecían implorar compasión. ¡Doña Zol!... ¡Doña Zol! murmuró con acento desesperado, como si la reconviniera por su crueldad. ¿Qué hay, amigo mío? preguntó ella sonriendo . ¿Qué le ocurre a usted?
Y quedó inmóvil y silenciosa con los ojos en lo alto, reflejándose en sus córneas la luz de la luna con una humedad lacrimosa. Rafael veía de vez en cuando agitarse su cuerpo con misteriosos estremecimientos, extenderse sus brazos, cruzándose tras la dorada cabellera con desperezos que hacían crujir la blanca envoltura, poniendo en voluptuosa tensión todos sus miembros.
Pero Margalida permanecía silenciosa, descoloridos sus labios, pálidas las mejillas con una blancura lívida, moviendo los párpados para esconder tras el enrejado de las pestañas la humedad lacrimosa de sus ojos. Iba a llorar. Se adivinaban sus esfuerzos para contener el llanto: respiraba con angustia.
Palabra del Dia
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