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En esta pregunta, hecha con altivez, se notaba una voluntad imperiosa de mantener al torero a cierta distancia, de establecer entre los dos las diferencias sociales. Gallardo quedó desconcertado. ¡Doña Zol! gimió con ingenuidad . Lo que usté ha hecho conmigo no tié perdón de Dió. Usté ha sío mala conmigo, mu mala... ¿Por qué huyó sin decir una palabra?

El toro entró, corriendo tras el forro rojo de la chaqueta, atraído por este adversario digno de él, y volvió su cuarto trasero a la figura de falda negra y cuerpo violeta que, en la estupefacción del peligro, seguía con la lanza bajo el brazo. No tenga mieo, doña Zol: éste ya es mío dijo el torero, pálido aún por la emoción, pero sonriendo, seguro de su destreza.

Confiaba a la acción, con una vehemencia de impulsivo, sus deseos y esperanzas, intentando apoderarse de la mujer, atraerla a él, suprimiendo con el contacto la frialdad que los separaba. ¡Doña Zol! suplicaba tendiendo sus manos. Pero ella, con un simple revés de su ágil diestra, apartó los brazos del torero.

Tenía que ayudar al maestro a desnudarse. Los del hotel se encargarían de enviar el despacho. No; quiero que seas . Yo esperaré... Debes poné otro telegrama. Ya sabes pa quién es: pa aquella señora, pa doña Zol. También «Sin noveá».

Quedó mirando fijamente a la hermosa dama con sus ojos africanos, de una melancolía lacrimosa, que parecían implorar compasión. ¡Doña Zol!... ¡Doña Zol! murmuró con acento desesperado, como si la reconviniera por su crueldad. ¿Qué hay, amigo mío? preguntó ella sonriendo . ¿Qué le ocurre a usted?

Permaneció Gallardo en silencio y bajó la cabeza, intimidado por el reflejo irónico de aquellos ojos claros, temblones con su polvillo de oro. Luego se irguió como el que adopta una resolución. ¿Dónde ha estao usté en too este tiempo, doña Zol?... Por el mundo contestó ella con sencillez . Yo soy ave de paso. En un sinnúmero de ciudades que usted no conoce ni de nombre.

El héroe marchaba hacia ella para estrujarla con varonil apasionamiento, para vencerla, haciéndola suya. Güeñas noches, doña Zol... Me voy, es tarde. Usté querrá descansar. A impulsos de la sorpresa y el despecho, ella también se puso de pie, y sin saber lo que hacía, le tendió la mano... ¡Torpe y sencillo como un héroe!

¡Es que no sabes lo que es esa mujer! , Sebastián, eres un infeliz que no conoses lo que es güeno. ¿Ves juntas toas las mujeres de Seviya? Pues na. ¿Ves las de toos los pueblos donde hemos estao? Na tampoco. No hay mas que doña Zol. Cuando se conose una señora como esa, no quean ganas pa más... ¡Si la conosieses como yo, gachó!

Gallardo fingía no comprenderle, molestado y halagado al mismo tiempo por la idea de que toda la ciudad conociese el secreto de sus amores. Pero ¿qué bicho es ese y qué broncas son esas de que hablas? ¡Quién ha de ser!... Doña Zol; esa señorona que da tanto que hablar. La sobrina del marqués de Moraima, el ganadero.