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La señora animaba al joven con sus ojos para que entablase una discusión con el médico. Urquiola habló de la gran peregrinación á la Virgen de Begoña, que preparaban todas las personas decentes de Bilbao para el mes de Septiembre.

No veían a su maridito. ¡Quién sabe lo que estaría ocurriendo en la otra banda del buque o en la cubierta de los botes! ¡Con tantas malas mujeres que venían en este viaje! ¡No haber un vapor limpio de tentaciones, sólo para personas decentes! Y corrían sin saber adónde, como si hubiese sonado de pronto la señal de alarma.

Anoche se hablaba de su llegada en todas las casas decentes y no hubo señor que no prometiese abstenerse de todo trato con ella. Si cree que Alcira es como esas tierras donde se baila el can can y no hay vergüenza, se lleva chasco. Don Andrés se reía con una expresión de perro viejo. ; ¡hijos míos! se lleva chasco. Aquí hay mucha moral, y sobre todo, mucho miedo al escándalo.

Vamos, mujer dijo cariñosamente el señor D. Manuel Penáguilas, pues no era otro , las personas decentes no comen moras silvestres ni dan esos brincos. ¿Ves?, te has estropeado el vestido... no lo digo por el vestido, que así como se te compró ese, se te comprará otro... dígolo porque la gente que te vea podrá creer que no tienes más ropa que la puesta.

Era el luto oficial de los ricos que sin ánimo o tiempo para visitar a sus muertos les mandaban aquella especie de besa-la-mano. Las personas decentes no llegaban al cementerio; las señoritas emperifolladas no tenían valor para entrar allí y se quedaban en el Espolón paseando, luciendo los trapos y dejándose ver, como los demás días del año.

Por fin... gracias á Dios... acercósele un pobre. «Toma hombre, toma: ¿dónde diablos os metéis esta noche? Cuando no hacéis falta, salís como moscas, y cuando se os busca, para socorreros, nada ...» Apareció luego uno de esos mendigos decentes que piden, sombrero en mano, con lacrimosa cortesía. «Señor, un pobre cesante. Tenga, tenga más.

También entran allí señoras decentes a expiar sus pecados, esposas ligeras de cascos que han hecho alguna trastada a sus maridos, y otras que buscan en la soledad la dicha que no tuvieron en el bullicio del mundo. Fortunata seguía dando cabezadas. Había oído hablar de aquella casa, que era el convento de las Micaelas.

La probeza no es deshonra». No lo es, cierto, pero ; pero tampoco es honra, ¿estamos? Conozco pobres muy honrados; pero también los hay que son buenos pájaros. Yo soy todo lo decente... ¿estamos? ¡Ah!, ... Todos nos llamamos personas decentes; pero facilillo es probarlo. Vamos a ver. ¿Cómo se ha pasado usted la vida? Vendiendo burros y caballos, después conspirando y armando barricadas...

La baronesa de La Deuda Flotante, definitivamente domiciliada en Vetusta, se atrevió a decir encogiendo los hombros: Dígase lo que se quiera; estos extremos no son propios... de personas decentes. El Marqués apoyó la idea muy eruditamente. Eso es piedad de transtiberina. Justo dijo la baronesa, sin recordar en aquel instante lo que era una transtiberina.

Si todos los calaverillas madrileños hubieran presenciado esta escena, es más que probable que el mayorazgo no hubiera tenido que sentir más en igual género; pero como no todos los susodichos traviesos estaban allí cuando la primera bofetada, tuvo que pegar la segunda un poco más abajo, y la tercera más adelante, hasta que juzgó prudente ir á vestirse con su traje provincial, renegando de la independencia madrileña y de la educación y tolerancia de las «personas decentes».