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Y dígase también la siguiente y amarga verdad: la brecha que el delito ha abierto una vez en el alma humana, jamás queda completamente cerrada mientras conservamos nuestra condición mortal. Tiene que vigilarse y guardarse, para que el enemigo no penetre de nuevo en la fortaleza, y escoja quizás otros medios de entrar que los empleados antes.

Como se ve, no era doña Inés mujer adocenada, sino persona memorable, o dígase digna de la historia, por lo cual me complazco yo en ponerla en la mía. Doña Inés, y perdone el pío lector si me repito, a pesar de sus ocho vástagos, estaba aún muy guapa; en lo mejor de su edad, bien cuidada, alimentada y vestida.

«Dígase lo que se quiera, es el mejor de los tres pensaba, metiendo y sacando la aguja , mejor que el egoistón de Nicolás, mejor que el tarambana de Juan Pablo... ¿Que se quiere casar con una...? Hay que ver, hay que ver eso. No se puede juzgar sin oír... Podría suceder que no fuera... Se dan casos... ¡Vaya!... Y está enamorado como un tonto... ¿Y qué le vamos a hacer? Dios nos tenga de su mano».

Con su exquisito régimen higiénico, con su dieta herbívora, y con su prudente y morigerada conducta, prolongan mucho la vida. Aquí no contamos por decenas sino por docenas. El término natural y ordinario de la existencia, es aquí de una gruesa de años o dígase de ciento cuarenta y cuatro. Cuando alguien por accidente muere antes, decimos que se malogra.

Ellas, en unión de los llamados pobres de hacha, que concurrían con un cirio en la mano, esperaban a la puerta del templo la entrada y salida del cadáver para dar rienda suelta a su aflicción de contrabando. Dígase lo que se quiera en contra de ellas; pero lo que yo sostengo es que ganaban la plata en conciencia.

Elevándonos todos a consideraciones generales, dimos al asunto tanta amplitud y transcendencia que vino a contener toda la estética literaria o dígase toda la filosofía del arte de la palabra, singularmente aplicada a la novela. Interminable tarea sería seguir discutiendo de esta suerte, y convendría para ello escribir libros y no breves artículos de periódico.

Dígase la verdad, que como los reducidos recibieron con ojos serenos la soga y se sentaron en el palo con ánimo sosegado, así al contrario estos impenitentes al ver de cerca la llama comenzaron a mostrar su furor, forcejando a toda rabia por desprenderse de la argolla, lo que al fin consiguió el Terongí, aunque, ya sin poderse tener, cayó de lado sobre el mismo fuego que huía.

Sólo veo un medio de salir de mi apuro: referir aquí con brevedad y tino, si soy capaz de tanto, la discusión que acaban de tener en mi casa dos señores que han venido á visitarme, y por dicha se han hallado juntos en ella. Es el uno, D. Valentín León y Bravo, capitán de caballería retirado, y el otro, el hábil diplomático D. Prudencio Medrano y Cordero, retirado también, ó dígase jubilado.

Su enternecimiento era eminentemente piadoso, sobre todo en las noches de luna. Encerrado en su casa, en su despacho, después de cenar, o bien escribía versos a la luz del petróleo o manejaba sus librotes; y por fin se acostaba, satisfecho de mismo, contento con la vida, feliz en este mundo calumniado donde, dígase lo que se quiera, aún hay hombres buenos, ánimos fuertes.

¿Sacaré a relucir las manoseadas y trivialísimas moralidades de que dicha estación responde a la juventud en nuestra vida, y de que conviene no gastar las flores a fin de que haya luego sazonados frutos en el otoño? ¿O daré lección de política o de filosofía de la historia, con ocasión de la Primavera, afirmando que las naciones tienen también la suya, o sea su juventud, durante la cual aman y cantan y dan flores; pero que, no bien llegan a su otoño, o dígase a su edad madura, deben dejarse de tales devaneos y trabajar mucho, que esto es dar el fruto que importa, a fin de pagar las deudas y proporcionarse las comodidades y el bienestar que el invierno y la vejez reclaman?