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Sentaos, señora. Es preciso darle al menos tiempo para vestirse. Mathys había pasado una mala noche. Aunque estuviera muy agitado por los acontecimientos del día, la fatiga lo había sumido en un pesado sueño, que no fué turbado hasta el otro día a la mañana por espantosas pesadillas.

Muchas no comen para poder vestirse; pero algunas se las arreglan de otro modo... Yo historias, ¡ah!, yo he visto mundo... las tales se buscan la vida, se negocian el trapo como pueden, y luego hablan de otras, ¡como si ellas no fueran peores!... Total, que de lo que vendí no he cobrado más que la mitad: la otra mitad anda suelta por ahí, y no hay cristiano que la cobre. ¡Sopla-ollas, fantasmonas!

Desde allí, ¡vaya usted a saber a dónde irían aquellos caballeros hasta las tres de la tarde, hora en que reaparecían un momento en la vía pública... para volver otra vez al Sport-Club, a observar, a murmurar, a comer, a jugar, a vestirse, etc., etc.! Y los más de ellos eran casados o «hijos de familia».

Gallardo levantó la cabeza nerviosamente, como si no se hubiese percatado hasta entonces de la presencia de su criado. Guardó la carta en el bolsillo y aproximose con cierta pereza hacia el fondo del cuarto, como si quisiera retardar el momento de vestirse. ¿Está too?... Pero de pronto, su cara pálida se coloreó con un gesto violento.

Pensaban involuntariamente en los verdes campos, en el paseo exuberante de gentío, en el placer de andar lentamente bajo las ladeadas sombrillas, viendo caras nuevas y contestando al saludo de los amigos; y por fin, la madre y las hijas no pudieron resistir más y comenzaron a vestirse.

Al volver de la iglesia, Tirso la recibió con una cariñosísima sonrisa y ella consideró pagada su molestia; porque tal le pareció, sobre madrugar más de lo ordinario, vestirse algo mejor que de costumbre, abandonar los cuidados de la casa y pasar media hora en el templo rezando Ave Marías y Padres nuestros, que tenía casi olvidados.

Mucha parte de los indios comercian entre por medio de simples permutas, y los mestizos les hacen pagar cara con sus frutos la moneda de que necesitan para vestirse y pagar sus contribuciones.

No había más remedio que cargar con todo aquel exceso de género, lo que realmente era una contrariedad comercial en tiempos en que parecía iniciarse la generalización de los abrigos confeccionados, notándose además en la clase popular tendencias a vestirse como la clase media.

Los que esperaban el mágico espectáculo de su puesta reunidos en la última toldilla, tenían que renunciar a la diurna apoteosis, corriendo a los camarotes para vestirse apresuradamente y no llegar con retraso al comedor. Ojeda, al sentarse a su mesa, vio que estaba sin ocupar la inmediata, que era la de Mrs. Power.

Se levantaba a las tres, almorzaba, iba en coche a paseo, se vestía a las ocho para comer, volvía a vestirse a las nueve para ir a la ópera, engalanábase de nuevo para dar una vuelta por algún salón de buen tono, regresaba a su casa a las cuatro, se empapaba en la lectura de novelas francesas hasta las ocho, y dormía hasta la hora de levantarse para repetir las mismas operaciones.