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Iban en grupos, con la cabeza descubierta; los hombres, empuñando grandes garrotes, y llevando al pecho el escapulario de la Virgen de Begoña; las mujeres escoltaban á los curas, mirando á la muchedumbre con sus ojos de hembras duras y fanáticas. Cesaron los disparos al entrar la procesión en la plaza.

Hacía mucho tiempo que no la había visto tan amable. Ni la más leve alusión á las de Lizamendi; ni una frase amarga para su impiedad. Sin duda, le agradecía la visita que por la mañana había hecho á Begoña. El doctor, examinándola, encontraba en ella algo de monacal, á pesar de que en honor al día se había cubierto de joyas.

Yo no soy más que un empleado, Luis: un dependiente de Sánchez Morueta. ¡Y figúrate lo que haría doña Cristina si me viese mezclado en el jaleo; lo que diría el mismo Pepe, que tan cambiado está!... Bastante hago con defenderme y quedar á un lado, pues por su gusto iría esta tarde camino de Begoña.

La mayoría de los obreros carecían de armas y se batían con los puños ó con palos, profiriendo en la exaltación de la lucha blasfemias contra la Virgen de Begoña y sus devotos. La batalla se había fraccionado: peleábase en grupos sueltos ó individualmente. Los mismos compañeros no se reconocían, y muchas veces se golpeaban, creyendo herir á un enemigo.

Mientras los hombres se mataban por la gloria de la Virgen de Begoña, la carcoma, más sabia que ellos, seguiría mordiendo las entrañas de madera del sonriente fetiche: tal vez á aquellas horas algún ratón roía las patas del ídolo milagroso, bajo su hueca saya de pedrería.

Una imagen de la Virgen de Begoña, arrancada de su hornacina, era la que más llamaba la atención. ¡Ella tenía la culpa de todo!... Y la silbaban é insultaban mientras la imagen descendía tendida de espaldas, mostrando á flor de agua su vientre dorado y su carita de muñeca sagrada. Un gabarrero, cruzando la ría en su barcaza, avanzó hacia la imagen como si quisiera cortarla el paso.

El millonario miró á su primo con ojos mansos y sin expresión, unos ojos bovinos que parecían pedirle clemencia, al mismo tiempo que se pasaba la mano por la barba borrando el escupitajo del odio. Fué á hablar, pero no pudo. Un fantasma negro que agitaba su manteo como unas alas fúnebres tiraba de él. Era el Padre Paulí. Don José. Vámonos de aquí. ¡A Begoña! ¡A Begoña!

¡Viva la Virgen! gritaban con el enardecimiento de una lucha en la que habían llevado la mejor parte. ¡A Begoña! ¡A Begoña! aullaba Urquiola agitando el revólver al frente de un grupo. Y las aclamaciones á la Virgen, interrumpíanlas con frecuentes descargas. Sin cesar en sus cánticos, hacían fuego sobre todos los que al borde de la cuesta contestaban á sus aclamaciones con gritos de protesta.

A me conmueve la piedad de los hombres de mar que vienen aquí descalzos, trayendo su recuerdo á la Virgen, por haber estado próximos á naufragar y no haber naufragado. Gran cosa es la fe. Lo mismo que á ellos, les ocurre casi todos los días á marineros ingleses, suecos ó americanos que son protestantes ó no son nada, y se salvan á pesar de no tener una Virgen de Begoña á quien recomendarse.

El grito de ¡abajo los jesuítas! era contestado por un rugido unánime de la masa. En las calles inmediatas al Arenal caían á pedradas los cristales. Algunos chicuelos subían por las fachadas con agilidad de monos para arrancar las colgaduras de la Virgen de Begoña, dejándolas caer sobre el gentío, que las hacía pedazos. Una noticia circuló como un relámpago por la gran masa detenida en el Arenal.