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Divertíale con cuentos y lecturas; tratábale con solícito esmero, atendiendo a su salud, a sus goces legítimos, a su instrucción y a su educación cristiana, porque el señor de Penáguilas, que era un si es no es severo de principios, decía: «No quiero que mi hijo sea ciego dos veces». Viéndole salir, y que la Nela le acompañaba fuera, díjoles cariñosamente: No os alejéis hoy mucho.

Calla, mujer.... ¿Pues qué creías que la escritura no es lo primero?... Deja que yo coja una pluma en la mano y verás qué rasgueos de letras y qué perfiles finos para arriba y para abajo, como la firma de D. Francisco Penáguilas.... ¡Escribir!, a con esas... a los cuatro días verás qué cartas pongo.... Ya las oirás leer y verás qué concéitos los míos y qué modo aquel de echar retólicas que os dejen bobos a todos. ¡Córcholis!

Vamos, mujer dijo cariñosamente el señor D. Manuel Penáguilas, pues no era otro , las personas decentes no comen moras silvestres ni dan esos brincos. ¿Ves?, te has estropeado el vestido... no lo digo por el vestido, que así como se te compró ese, se te comprará otro... dígolo porque la gente que te vea podrá creer que no tienes más ropa que la puesta.

Durante algunos días ha de adoptar un régimen de tranquilidad absoluta. Hay que tratar al cerebro con grandes miramientos antes de emprender una operación de esta clase. Si Dios quiere que mi hijo vea dijo el señor de Penáguilas con fervor le tendré a usted por el más grande, por el más benéfico de los hombres.

A casa, a casa. Ven también, Nela, para que tomes chocolate dijo Penáguilas, poniendo su mano sobre la cabeza de la vagabunda . ¿Qué te parece mi sobrina?... Vaya que es guapa.... Florentina, después que toméis chocolate, la Nela os llevará a pasear a entrambos, a Pablo y a ti, y verás todas las hermosuras del país, las minas, el bosque, el río....

Era aquello como una herida abierta en el tejido orgánico y vista con microscopio. El arroyo de aguas saturadas de óxido de hierro que corría por el centro, parecía un chorro de sangre. ¿En dónde está nuestro asiento? preguntó el señorito de Penáguilas . Vamos a él. Allí no nos molestará el aire.

Don Francisco Penáguilas, padre del joven, era un hombre más que bueno, era inmejorable, superiormente discreto, bondadoso, afable, honrado y magnánimo, no falto de instrucción. Nadie le aborreció jamás; era el más respetado de todos los labradores ricos del país, y más de una cuestión se arregló por la mediación, siempre inteligente, del señor de Aldeacorba de Suso.

Levantose D. Francisco y estrechó entre sus dos manos la de Teodoro, tan parecida a la zarpa de un león. En este clima la operación puede hacerse en los primeros días de Octubre dijo Golfín . Mañana fijaremos el tratamiento a que debe sujetarse el paciente.... Y nos vamos, que se siente fresco en estas alturas. Penáguilas ofreció a sus amigos casa y cena, mas no quisieron estos aceptar.

Se me figura que soy yo el preferido.... Es una injusticia, Nela; Florentina se va a enojar. La pobre enferma sonrió entonces, y extendiendo una de sus débiles manos hacia la señorita de Penáguilas, murmuró: No quiero que se enoje. Al decir esto, María se quedó lívida; alargó su cuello, sus ojos se desencajaron. Su oído prestaba atención a un rumor terrible. Había sentido pasos.

La habitación destinada a Florentina en Aldeacorba era la más alegre de la casa. Nadie había vivido en ella desde la muerte de la señora de Penáguilas; pero D. Francisco, creyendo a su sobrina digna de alojarse allí, arregló la estancia con pulcritud y ciertos primores elegantes que no se conocían en vida de su esposa.