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Actualizado: 25 de junio de 2025


Es decir, las cosas que yo me figuraba oír de tu boca.... Silencio, señorita de Penáguilas... yo me entiendo solo con mi imaginación. Al día siguiente cuando Florentina se presentó delante de su primo, le dijo: Traía a Mariquilla y se me escapó. ¡Qué ingratitud! ¿Y no la has buscado? ¿Dónde?... ¡Huyó de ! Esta tarde saldré otra vez y la buscaré hasta que la encuentre.

Añadíanse interesantes comentarios: que en Aldeacorba se creyó por un momento que don Francisco Penáguilas había perdido la razón; que D. Manuel Penáguilas pensaba celebrar el regocijado suceso dando un banquete a todos cuantos trabajaban en las minas, y finalmente, que D. Teodoro era digno de que todos los ciegos habidos y por haber le pusieran en las niñas de sus ojos.

La Nela no se atrevía a ir a la casa de Aldeacorba. Una secreta fuerza poderosa la alejaba de ella. Anduvo vagando todo el día por los alrededores de la mina, contemplando desde lejos la casa de Penáguilas, que le parecía transformada.

Sin vista tiene él más talento que todos los que ven. Me gusta tu amo. ¿Es de este país? , señor, es hijo único de D. Francisco Penáguilas, un caballero muy bueno y muy rico que vive en las casas de Aldeacorba. Dime ¿y a ti por qué te llaman la Nela? ¿Qué quiere decir eso? La muchacha alzó los hombros. Después de una pausa, repuso: Mi madre se llamaba la señá María Canela; pero le decían Nela.

Avanzando por lo alto del cerro que limita las minas del lado de Poniente, habían llegado a Aldeacorba y a la casa del señor de Penáguilas, que echándose el chaquetón a toda prisa, salió al encuentro de sus amigos. Caía la tarde. El patriarca de Aldeacorba

Muy enhorabuena que mi hija al prójimo todo lo que yo le señalo para que lo gaste en alfileres; pero esto, esta manía de ocuparse ella misma en bajos menesteres... en bajos menesteres.... Déjela usted replicó Golfín, contemplando a la señorita de Penáguilas con cierto arrobamiento . Cada uno, Sr. D. Manuel, tiene su modo especial de gastar alfileres.

D. Teodoro replicó la señorita de Penáguilas, secando sus lágrimas . Estoy pensando, estoy considerando qué cosas tan malas hay en el mundo. ¿Y cuáles son esas cosas malas, señorita?... Donde está usted, ¿puede haber alguna? Cosas perversas; pero entre todas hay una que es la más perversa de todas. ¿Cuál? La ingratitud, Sr. Golfín.

No lo había dicho, cuando Florentina ofreció a Marianela el jicarón con todo lo demás que en la mesa había. Resistíase a aceptar el convite; mas con tanta bondad y con tan graciosa llaneza insistió la señorita de Penáguilas, que no hubo más que decir.

Sacaron los vasos de leche blanca, espumosa, tibia, rebosando de los bordes con hirviente oleada. Ofreció Penáguilas el primero a Sofía, y los caballeros se apoderaron de los otros dos. Teodoro Golfín dio el suyo a la Nela, que abrumada de vergüenza se negaba a tomarlo. Vamos, mujer dijo Sofía no seas mal criada: toma lo que te dan. Otro vaso para el Sr. D. Teodoro dijo D. Francisco al criado.

La Nela, que comenzaba a ver claro, observó los vestidos de la señorita de Penáguilas. Eran buenos y ricos; pero su figura expresaba a maravilla la transición no muy lenta del estado de aldeana al de señorita rica. Todo su atavío, desde el calzado a la peineta, era de señorita de pueblo en día del santo patrono titular.

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