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Así debió ser, pero me temo que en los relatos haya mucha exageración de los hombres de pluma, cuentos maravillosos... lo que ustedes llaman «literatura». Ojeda, que escuchaba pensativo, habló a su vez. Y hay que pensar, doctor, en los esfuerzos que costaría llevar al Nuevo Mundo cada uno de esos productos destinados a la aclimatación, en pequeños buques, con la gente hacinada.

Y el melancólico arroyuelo agregaría esta nueva historia á los misteriosos cuentos que ya conocía, y continuaría su antiguo murmullo, no por cierto más alegre de lo que había sido durante siglos y siglos.

Tomaba su revancha en los cuentos, pues sabía muchos, y ella los escuchaba con embeleso, abierta la boca de par en par y los ojos clavados en el narrador.

Los trabajadores carlistas dudaban; tenía entre ellos amigos el Magistral, pero si le respetaban por sacerdote, le temían por rico... y sospechaban algo. De lo que no hablaba la multitud era del asunto de las faldas. Allá cuando la Revolución, se había dicho si tenía o no tenía don Fermín aventuras en los barrios bajos; pero ya nadie se acordaba por allí de tales cuentos.

Elijo los dos que me parecen más interesantes: uno porque se diferencia mucho de casi todos los cuentos vulgares europeos; y otro por lo mucho que se asemeja a ciertas leyendas cristianas; como la de San Amaro, la de otro santo, referida por el Padre Arbiol en sus Desengaños místicos, y la que ha puesto en verso el poeta americano Longfellow en su Golden Legend.

Se habían contado muchos cuentos.

Al relato primitivo le quité su título de Venganza moruna, empleándolo luego en otro de mis cuentos. Me pareció mejor dar á la nueva novela su nombre actual: LA BARRACA. Primeramente se publicó en el folletón de El Pueblo, pasando casi inadvertida.

Se cree uno soñando con algo de los Cuentos orientales; y para que el deleite sea completo para el amador de bellas artes, cada patio de esos tiene unas cuantas estatuas de mármol y ostenta en sus muros diez ó doce hermosos cuadros de pintura.

Usted vive muy por encima de esos chismes y cuentos y no puede, en efecto, ser confidente de tales calumnias... A lo más, Elena pudiera haber oído algo... Entre mujeres... Lo dudo. Elena odia la maledicencia; pero, en fin, si usted lo desea, la interrogaré...

Así estuvieron largo rato, atento Febrer a su aparejo, en el que no percibía el más leve movimiento. Toda la pesca era para el anciano. Esto le puso de mal humor, y de pronto se sintió molestado por sus cánticos. Basta, tío Ventolera... ¡Ya hay bastante! Le ha gustado, ¿verdad? dijo el viejo con candidez . También otras cosas; lo del capitán Riquer: un sucedido, nada de cuentos.