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Se me figura que soy yo el preferido.... Es una injusticia, Nela; Florentina se va a enojar. La pobre enferma sonrió entonces, y extendiendo una de sus débiles manos hacia la señorita de Penáguilas, murmuró: No quiero que se enoje. Al decir esto, María se quedó lívida; alargó su cuello, sus ojos se desencajaron. Su oído prestaba atención a un rumor terrible. Había sentido pasos.

Melisa tenía la cara lívida, pero su excitación había desaparecido y su mirada era como la de una persona a quien algún suceso, por largo tiempo esperado, hubiese acontecido; expresión que al maestro, en su atolondramiento, le parecía casi como de alivio. Allí delante aparecía una cabaña cuyo techo aguantaban dos maderos apolillados.

Siempre eres lo mismo... Tus manos arden... los ojos se te quieren saltar de la cara; estás lívida... Hija, tu piedad exaltada de algún tiempo a esta parte te hace mucho daño, y es preciso no olvidar la salud del cuerpo. Tus largos insomnios cavilando en las cosas santas, tus meditaciones sin fin, la viva pasión que te consume por lo religioso, te han marchitado en pocos días.

Su cara se puso lívida, sus ojos despidieron llamas y extendiendo hacia Herminia una mano agitada por un temblor nervioso, exclamó: ¡Qué!

Cecilia, por uno de esos esfuerzos heroicos que estaba avezada a hacer sobre su alma y su cuerpo, supo encerrar su pena en el fondo del corazón. Veíasela lívida, , pero tranquila, disponiendo por la casa lo necesario para recibir el cuerpo de su cuñado. Cuando llegó, ella misma ayudó a colocarlo en el sitio, después que se le hubo amortajado.

Vió un automóvil de alquiler, un automóvil de París, con su taxímetro en el pescante. El chauffeur se paseaba tranquilamente junto al vehículo, como si estuviese en su punto de parada. No tardó en entablar conversación con este señor que se le aparecía roto y sucio como un vagabundo, con media cara lívida por la huella de un golpe.

El primer objeto que atrajo las miradas de Salomé fué el oro esparcido; su primer movimiento fué lanzarse sobre él y empezar á recoger las monedas, arrodillada en el suelo. Paz miró á Lázaro, se puso lívida de miedo; miró á la devota, se llenó de ira, dió algunos pasos, y recobrando la majestad de su carácter, preguntó: ¿Qué es esto?

Pasaba el buque, con una rapidez igual a la de las mutaciones escénicas, del sol ardoroso a una penumbra lívida de tempestad. La lluvia lo envolvía con un trágico acompañamiento de relámpagos y truenos estentóreos; truenos como sólo se oyen en la soledad del Océano.

La sirvienta lo levantó, pero en seguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. ¿Qué hay? murmuró con la voz ronca. Pesa mucho articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo.

Ojeda, al estrecharle la mano, se fijó en su tendencia a volver la cara hacia el mar, rehuyendo el lado izquierdo, y con súbito movimiento le hizo ponerse de frente. Pero criatura ¿qué tiene usted ahí?... Señalaba, riendo, una hinchazón lívida de la sien que se extendía hasta un ojo. No es nada balbuceó Isidro ; poca cosa... Ya le explicaré.