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No se asuste usted; no es el de la Creación: un enigma más modesto, el de la venida de mi mujer a Peñascosa hace unos meses... Entérese usted de esa carta. El joven presbítero tomó de las manos del mayorazgo la que le presentaba y se puso a leer: *

Es vuestro hermano, mi señor primo, el mayorazgo de la Lage, Gabrieliño. Pues claro: ¿quién había de ser? Pero esa Nucha le quiere tanto, que siempre le llama su niño.

Quedó pues, instalado en la casa el mayorazgo, revolviéndose en ella con el mismo desembarazo que si en ella hubiese nacido. Los extremos se tocan. La falta de aprensión de don Silvestre le prestaba la desenvoltura que á veces no dan las preocupaciones del gran mundo.

En aquel momento ni un pensamiento cruzaba, por el cerebro del mayorazgo: todas sus facultades quedaron aniquiladas, rotas por la sorpresa y el horror del golpe. No sentía más que una viva impresión de anhelo, como si se hubiese caído de algún sitio muy elevado y estuviese aún por el aire.

¿Y vas a consentir que esa... ¡Silencio! exclamó el mayorazgo con energía, llevando el dedo a los labios. Haz inmediatamente lo que te mando. El viejo se alejó gruñendo. Al instante se presentó la doncella. Dolores, di a la cocinera que prepare cena para la señora que está abajo, y que haga todo lo que sepa.

Lo que importa es que, ya que la ha traído, se lleve usted inmediatamente a esa señora. Me atrevería a suplicarle que, aunque no la perdone, le permita al menos hablar con usted... Quizá tenga algunas revelaciones que hacerle. No soy curioso. El P. Gil bajó la cabeza y permaneció silencioso mientras el mayorazgo comenzó a pasear agitadamente por la estancia con las manos en los bolsillos.

El joven palpitó de entusiasmo al tomar parte en un juego que no conocía, y que, visto de lejos, es muy bonito. Nosotros llegamos precisamente cuando se estaban haciendo los preparativos y el equipo de guerra del mayorazgo. Todos trabajaban en aquella casa, y no eran las menos atareadas las hermanitas del Sr.

El secretario estaba en ascuas, y lo estuvo más cuando notó que los cuellos del solariego y su cara avinatada llamaban la atención de muchas personas. El mayorazgo, afortunadamente, no lo conocía, pues descansaba en la persuasión de que «en Madrid todo pasa». Al retirarse, al anochecer, y bajo una temperatura africana, don Silvestre se achicharraba, y quiso refrescar. Entraron en un café.

El asunto que te interesa, consiste en que me suscitan dificultades a la posesión del mayorazgo que tengo en Italia. ¿Y qué le importa a usted? ¡A ! ¿pues no me ha de importar? ¿no eres mi heredero? ¿No sabes que la fuerza de mis rentas está en Italia? Y bien, ¿qué quiere usted?

D. Antonio Sanchiz, padre de la dama, era un mayorazgo valenciano que había consumido con el juego y las mujeres las tres cuartas partes de su hacienda. La cuarta que restaba se encargó de consumirla por los mismos medios su hijo primogénito, que había heredado idénticos gustos. Amalia era la última de los cinco hermanos, cuatro hembras y un varón.