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Críanse allí espontáneamente los frutos mas esquisitos, y entre ellos el cacao, que sin ser plantado crece silvestre por todas partes dando abundantes cosechas.

Silvestre Paradox no es ya paje, ni escudero, ni soldado que va a guerrear y a garbear a Italia, Flandes y América, ni queda cautivo en Argel, ni acaba como penitente ermitaño en un yermo; pero lucha por la vida como se estila ahora, y acomete atrevidas empresas y busca aventuras, y nos presenta desde su nueva atalaya de la vida humana larga serie de cuadros en los cuales no deja de haber realidad y verdad, aunque ennegrecidos a veces por la sátira y grotescamente exagerados por la caricatura.

Su tutor, y tío á la vez, decidió que no estudiara más, pues, para mayorazgo, bastante sabía; y porque, por otra parte, la soga no estaba para muchos tirones. Quedóse Silvestre en su lugar.

Y, preciso es confesarlo: las praderas y valles del lugar de don Silvestre, como toda la Montaña, superaban en perspectiva á todos los cuadros que se imaginaba el señor de la corte: en esta parte era feliz el amigo de don Silvestre.

Es sabido que el papa Silvestre II antes de entrar en la regla de S. Benito perfeccionó sus estudios en las escuelas de la España árabe. III, lib. Gayangos en una de las notas que ilustran este pasage dice que segun otros autores ocurrió el levantamiento en el suburbio de Sbakandah ó Secunda, que caía al Sur de la capital.

Regocijado interiormente por el clarísimo son de las campanas, Francisco se representaba con mayor fuerza en su imaginación a la señora Liénard sentada bajo el emparrado, con su vivacidad de gestos y su prestancia, con su amable sonrisa, con sus relucientes y oscuros ojos y con su gracia un poco silvestre.

Dadme la mano le dije, bien sabéis que nos conocemos. No me atrevía a... ¡Qué tontería! ¿Qué es eso, Reina? refunfuñó mi tío. Una flor algo silvestre dijo el comandante mirándome con cariño, pero una hermosa flor.

Pero á un lado de la puerta, casi en el umbral, se veía un rosal silvestre que en este mes de Junio estaba cubierto con las delicadas flores que pudiera decirse ofrecían su fragancia y frágil belleza á los reos que entraban en la prisión, y á los criminales condenados que salían á sufrir su pena, como si la naturaleza se compadeciera de ellos.

Solamente sus cabellos castaños, espesos y ligeramente rizados, recordaban un poco la opulenta cabellera de la señora Miguelina. El tono de su voz era algo brusco y áspero, aspereza de manzana silvestre que no se dulcificaba un poco sino cuando contestaba a las preguntas de la señora Liénard. Con ella tomaba súbitamente su voz entonaciones afables, casi tiernas.

Sus novillos eran «criollos», como él decía con cierto tono de desprecio; bestias de mucho hueso, pezuña dura, grandes cuernos y enjutas de carnes; aptas para nutrirse con un pasto silvestre y poco abundante; herederos degenerados del ganado que aclimataron siglos antes los colonizadores españoles, trayéndolo en sus pequeños buques á través del Atlántico.