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Actualizado: 26 de julio de 2025


Yo no lo vi, no, señor; pero una presona que estaba cerca cuando usté mató la miruella me lo ha asegurao.... ¡Esto es inaudito, Silvestre, y voy á hacer un escarmiento con esta canalla!... Figúrate que al matar el pájaro estaba yo de espaldas á la pared.... Pero á eso interrumpió el aldeano, dice la presona que con el rustrió de la escopeta....

El hacha ¡bueno!; pero la mujer se llamaba Masicas, que quiere decir «fresa agria». Y era agria Masicas de veras, como la fresa silvestre. ¡Vaya un nombre: Masicas! Ella nunca se enojaba, por supuesto, cuando le hacían el gusto, o no la contradecían; pero si se quedaba sin el capricho, era de irse a los bosques por no oírla.

Qué rustrió ni qué.... ¡Imbéciles!... Y aunque tamaño absurdo fuera atendible, ¿de qué serviría cuando la pared cayó un cuarto de hora después que sonó el tiró?... ¿Pero tu haces caso de esas socaliñas? dijo don Silvestre, hasta entonces mudo espectador. Á esta gente es preciso conocerla. ¿Á que anda el tío Merlín en el ajo? Justamente contestó el pobre hombre.

Don Silvestre se hubiera largado muy serio sin decir una palabra más; pero su amigo, agarrándole por las haldillas del chaquetón, le rogó que le escuchara. «Has hablado, Silvestre, como un libro; y guárdeme Dios de refutar lo más mínimo de tu discurso. Pero sabe que yo también reniego de la corte, y que la aborrezco con todos mis sentidos.

Allá, en los cuarteles de París, echábamos de menos nuestros Alpilles azules y el silvestre olor del tomillo; ahora, aquí, en plena Provenza, nos falta el cuartel, y amamos todo cuanto nos lo hace recordar... Las ocho suenan en la aldea.

Cuando el de Madrid, al lado de don Silvestre, se acercó al portal de la iglesia, el rumor que veinte pasos antes llegara bien claro á sus oídos, cesó de repente; levantáronse los hombres que estaban sentados, suspendieron los muchachos sus juegos y carreras, y descubriéndose todos respetuosamente, abrieron calle al madrileño y á su amigo hasta donde el primero juzgó oportuno detenerse.

Don Silvestre no vaciló más: envió el alguacil á casa de algunos colonos que le debían dinero, hízoles aflojarlo más que de prisa; y como no era mucho, consiguió que el cura le adelantase el resto.

El escelente cacao , que se cria silvestre hoy en dia por todas partes, puede suministrar lo suficiente para dar abasto á las ciudades mas populosas.

Efectivamente, don Silvestre comprendió al punto que su hacienda era harto exigua para cubrir con ella todas las necesidades de una familia, si no había de descuidar las exigencias de su pleito: para que no se extinguiera en él la raza de los Seturas legítimos, tenía que transigir con el concejo. Don Silvestre no vaciló. «Piérdase la casta, dijo; pero adelante el pleito

Pudo haberla leído antes de salir de casa, cuando la recibió; pero los minutos que en ello tardara los perdía en la vista; y «todo buen Seturas como él decía, antes que á sus hijos, se debe á su pleito». Este acontecimiento varió la faz de las cosas, y el púbero Silvestre fué llamado á su pueblo para arreglar la testamentaría.

Palabra del Dia

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