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JUAN. Todos nos cubrimos, hija. BENITO. Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra. CAPACHO. Fresca es el agua del santo río Jordán; y aunque me cubrí lo que pude todavía me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro. BENITO. Y aun peor cincuenta veces.

No busquemos pues en nuestros anales eclesiásticos memorias de grandes abadías émulas de las que hemos nombrado; todo por el contrario induce á creer que para citar algo de lo conocido que una idea aproximada de lo que podrian ser los monasterios nuestros en las provincias dominadas por los infieles, en la época misma en que se trazaba el suntuoso plano de la abadía de S. Galo, habria que acudir á las primeras casas de la reforma cisterciense, en las cuales, prescindiendo de toda constitucion y reglamento particular, se vivia estrictamente segun la regla de S. Benito, consagrando el dia á la oracion, al estudio y al trabajo corporal, labrando los monges la tierra por sus propias manos, y empleándose personalmente en toda clase de faenas dentro y fuera de la casa, sufriendo las inclemencias de las estaciones, sin criados y familiares que les llevasen la pesada carga del servicio cotidiano y mecánico.

Cenamos y nos dieron las tres de la mañana. En todo el club no se hablaba de otra cosa que de la boda, y, como era natural, la crítica se recreaba en morder el argumento por todas sus faces. ¿Vienes a casa? me dijo don Benito; tu cuarto está pronto. Acepté. A las cuatro de la mañana entrábamos en la casa de mi viejo amigo. Charlamos largo rato y en medio de la charla de don Benito, me adormecí.

Y eso que el muy taimado callaba como un bellaco. Ni una palabra le había dicho después de haber descubierto y pagado el préstamo famoso de D. Benito.

Sin embargo, don Benito tenía las debilidades mundanas de los galanteos y había luchado en vano por muchos años sin poder reaccionar contra ellas.

Hasta había solicitado que le presentasen a los altos varones de Israel; pero al ponerse en contacto con estos hebreos verdaderos, que conservaban su religión y su independencia de raza, no sintió la instintiva repugnancia que le inspiraban el devoto don Benito y otros chuetas de Mallorca. ¿Era el ambiente, que influía en él? ¿Era que una sumisión de siglos, el miedo y el hábito de doblarse, habían hecho de los de Mallorca una raza distinta?...

Otro es el ilustre novelista D. Benito Pérez Galdós, embebido noche y día en un intenso trabajo literario, aprovechando todos los momentos de la existencia para preparar y escribir sus obras inmortales. Abandonemos, pues, para siempre el romanticismo bohemio, plaga de nuestra literatura, que degrada al escritor y lo pone a merced de los intrigantes políticos y de los especuladores avaros.

Hacía un frío de todos los diablos, pero el cupé de don Benito estaba a la puerta; nos encerramos en él y empezamos a deslizarnos sobre los rieles del tranvía a todo trote.

¿Entonces, los lanceros?... Menos, doctor... ¿Entonces que quiere usted darme? preguntó aquel desgraciado e incómodo pretendiente. Nada se apresuró a contestar don Benito que en ese mismo instante llegaba a nuestro grupo.

D. Juan Ignacio Terrada, Teniente Coronel urbano; el Sr. D. Francisco de Neira y Arellano, vecino y de este comercio; el Sr. D. José Agustin Lizaur, vecino y del comercio; el Sr. D. José Hernandez, vecino y del comercio; el Sr. D. Benito de Iglesias, vecino y del comercio; el Sr.