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Y como la libertad individual no está unida á la igualdad social, sino que el orgullo de las aristocracias ha establecido una valla profunda entre las clases, todo el mundo, altivo con su personalidad é insociable, se cree con derecho de ser brusco y ordinario en su porte, sin cuidarse del efecto que produce su modo de insinuarse.

No era eso lo que estaba acostumbrada a ver en la persona de su padre, el hombre más sobrio y bueno de los alrededores, cuyo único defecto era ser algo brusco y arrebatado, de cuando en cuando, si las cosas no eran hechas en el acto.

Ramiro conoció de súbito el arrobamiento del primer amor. Su soñar sobrepujaba la vida; y aquel brusco delirio fue pronto para él la coloración, el ritmo y el perfume de todo lo creado. Su fervor religioso y sus anhelos de gloria se acostaron entonces como lebreles a los pies de la nueva pasión.

Mas como no era de presumir que ella por su voluntad se hubiese arrojado sobre de aquel modo brusco e inconveniente, pues jamás había hecho daño a ninguna muñeca, creí más probable que de alguna casa me la hubieran arrojado. Alcé la cabeza vivamente. En efecto, el reo estaba de pie en el balcón de un primer piso, suspenso, atónito, consternado. Era una niña de trece o catorce años.

Había sacado de su bolsillo su estuche, y, rechazando a la señora Hellinger con un ademán apenas cortés, se inclinó sobre el pecho que, con un movimiento brusco, había descubierto por completo. Cuando se enderezó su rostro estaba mortalmente pálido. ¡Una última tentativa! dijo.

Por supuesto, este dominio duraba solamente los momentos de sensualidad, las horas que consagraba al placer. Así que salía del templo de Venus, recobraba su razón el imperio, volvía a sus empresas con creciente ambición. Amparo fumaba tranquilamente en silencio, enviando pequeñas nubes de humo al techo. De pronto hizo un movimiento brusco, e incorporándose dijo: Voy a vestirme. Toca ese botón.

Mas como no era de presumir que ella por su voluntad se hubiese arrojado sobre de aquel modo brusco é inconveniente, pues jamás había hecho daño á ninguna muñeca, creí más probable que de alguna casa me la hubieran arrojado. Alcé la cabeza vivamente. En efecto, el reo estaba de pie en el balcón de un primer piso, suspenso, atónito, consternado. Era una niña de trece á catorce años.

Un movimiento brusco de la dama, que traía falda corta, recogida y apretada al cuerpo con las cintas del delantal blanco, dejó ver a Paco parte, gran parte de una media escocesa de un gusto nuevo.

»¡Ah! ¡Dios mío! le dije acercándome a él: ¿quién es ese anciano? »¡Qué! señora, ¿no le ha conocido usted? me dijo en tono brusco. »¡Ah! No, se lo aseguro. »¡Es mi padre! »¿Su padre? exclamé: ¡Mi antiguo maestro de música!... El buen Gerardo Broschi... ¡Ah! ¿De dónde viene, qué ha sido de él? ¡sería muy dichosa en abrazarle!...

Durante las primeras semanas de nuestro matrimonio fui feliz. No dejé sin embargo de comprender que Pepe era brusco, de carácter impetuoso, aunque procuraba contenerse o se arrepentía pronto de ciertos arranques para no enojarme. De vuelta del viaje de novios empezó a trabajar; hasta entonces había encargado del bufete a un amigo.