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Fuera del tiempo que esto le llevaba, consagraba el día al ejercicio de su industria.

De vez en cuando, aunque su prosa hablada era exquisita, solía apelar al verso, y mandaba a su poeta favorito que escribiese aleluyas contra la persona a quien quería ella ridiculizar. Apartada tiempo hacía de la amistad del general Pérez, la Condesa no intervenía en la política; no disertaba sobre estrategia, poliorcética y castrametación. Ahora consagraba todo su ingenio a las musas.

Vaya si existía. Lo que tiene es que entonces el novio o el marido, a quien yo le consagraba, era soñado, hecho a pedir de boca, relleno de perfecciones. Los chiquillos, que me fingía y me finjo aún, son unos querubines. Por mucho que valga Pepe Güeto, pierde cuidado que no valdrá, ni con cien leguas de distancia, el marido que yo soñé.

Como había acalorado un poco su imaginación sobre el culto secreto que le consagraba el joven, no dejó de parece ríe al principio que aquel culto era por demás discreto. El señor de Lerne apenas le dirigía la palabra, y se consagraba exclusivamente a su vecina de la derecha.

Como no había nadie más que él en calidad de mero espectador del ensayo, el tenor no tardó en notar su presencia y sus sonrisas, y al poco rato ya le consagraba a él, a Reyes, todos sus concetti. Tanto se lo agradeció Bonifacio, que al tiempo de levantarse para salir del palco deliberó consigo mismo si debía saludar al tenor con una ligera inclinación de cabeza.

Lo que hacía maravilloso efecto era oír, en los intervalos en que callaban las cantoras, unas malagueñas resonando en el otro extremo de la sala, mientras por su parte la estudiantina se consagraba a las habaneras, cual si la anarquía de los trajes se comunicase a las canciones.

33 Después de esto no se tornó Jeroboam de su mal camino; antes volvió a hacer sacerdotes de los altos de entre el pueblo, y quien quería se consagraba, y era de los sacerdotes de los altos. 34 Y esto fue causa de pecado a la casa de Jeroboam; por lo cual fue cortada y raída de sobre la faz de la tierra. 1 En aquel tiempo Abías hijo de Jeroboam cayó enfermo,

Arrojó un profundo suspiro y me dijo con un tono dulce y triste: Váyase, señor... no le detengo más. La confidencia con que acababa de ser honrado no me sorprendió. Hacía ya algún tiempo que la señorita Margarita consagraba visiblemente al señor de Bevallan todo el resto de simpatía que conserva aún por la humanidad.

En cuanto a él, según me explicó, hasta cierto punto las había también llevado; pero se lisonjeaba de que no fuesen definitivas, porque Pepita le distinguía tanto, y le mostraba tan grande afecto, que, si aquello no era amor, pudiera fácilmente convertirse en amor con el largo trato y con la persistente adoración que él le consagraba.

Con plena libertad, aun después de haber arrojado de mi alma, por motivos de que no tengo que darle cuenta, todo tierno afecto hacia usted, le consagraba yo aún estimación amistosa. Esta se ha perdido también por la tremenda culpa de usted cometida hace pocos días. Ya ni amor, ni amistad, ni estimación le tengo.