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Y en hombros de quatro hombres la elevaron, Y con tipladas voces y harmonía En un alto bufete la asentaron; Donde el xefe de aquella compañía, A quien llaman Autor, en buen romance, Esto añadió con mansa melodía: Es tan dichoso, amigos, este lance, Que al ponderarlo falta la eloqüencia, Ni hay ingenio que pueda darle alcance.

El horror del suplicio inminente parecía flotar por todas partes mezclado a la niebla de la mañana. En medio del Mercado Chico se levantaba un gran cubo negro, el cadalso; y las ráfagas del Norte sacudían contra el esqueleto de pino la bayeta patibularia. Fúnebres ministros de justicia se agitaban en derredor. A eso de las diez trajeron el bufete, los candelabros, el crucifijo.

Mi compañero de trabajo y mi íntimo amigo Pablo Desvernine, me ha referido lo siguiente, que presenciara él una tarde, en el bufete del señor Viondi, en donde se encontraba Martí. En aquella época el Liceo de la Habana se hallaba establecido en la Calzada de la Reina.

Los saludos de fórmula se pronunciaron maquinalmente de una parte y de otra; y D. Luis, invitado a ello, tomó asiento en una butaca, sin dejar el sombrero ni el bastón, y a no corta distancia de Pepita. Pepita estaba sentada en el sofá. El velador se veía al lado de ella, con libros y con la palmatoria, cuya luz iluminaba su rostro. Una lámpara ardía además sobre el bufete.

En el caso presente, sin embargo, había cinco que no lo deseaban. Injusto sería decir que el señorito L'Ambert careciese de valor; pero no ignoraba que un duelo semejante, con motivo de una bailarina de la Opera, comprometería gravemente los prestigios de su bien acreditado bufete.

Pues ha de haber Fígaro, , señor, por lo mismo ha de haber Fígaro, y ha de hablar de todo, absolutamente de todo. Diciendo esto llego a mi casa, me siento a mi bufete para tomar disposiciones. ¿Qué hace usted? le digo a mi escribiente, de mal humor.

Allí, en la Aduana, estaba tan fuera de su lugar, como una antigua espada, ya enmohecida, después de haber fulgurado en cien combates, pero conservando aun algún brillo en la hoja, lo estaría en medio de las plumas, tinteros, pisapapeles y reglas de caoba del bufete de uno de los empleados subalternos.

Se mostraba contentísima la buena señora e iba diciendo por todas partes: ¿Ya saben ustedes? ¿No lo saben? ¡Estamos muy contentas! Rodolfita está colocado en el bufete del señor don Juan. ¡Ahora que se acabaron las penas y las dificultades! ¡Ya el sobrino tiene un buen sueldo, y, si Dios quiere, me quitaré de lidiar con la chiquillería! Pero la enferma veía las cosas de otro modo.

Varios carlistas y padres registraban allí las maletas, que no parecía sino que buscaban pecados por entre los pliegues de las camisas, y otros varios viajeros tan asombrados como los nuestros, se hacían cruces como si vieran al Diablo. Allá en un bufete, un padre, más reverendo que los demás, comenzó a interrogar a los recién llegados.

A los 19 años, guiado por Fernando M.ª Guerrero, comenzó a publicar versos, singularmente en "El Renacimiento". En tres meses compuso los materiales para su libro Bajo los cocoteros, impreso en 1911, cuando Recto frisaba con los 21 años. Luego se hizo abogado y le favoreció un acta de representante o diputado. Bufete y política le han apartado del ejercicio del Arte.